En un mundo con una cantidad de riqueza y una circulación de dinero sin precedentes, pero donde el abismo entre ricos y pobres crece cada vez más, la Orden no puede permanecer indiferente, ni permitir que las «lógicas del mundo» determinen las relaciones entre nosotros.
Por eso, debemos desarrollar entre nosotros una «cultura de la solidaridad», auténtica y exigente, de modo que nuestra predicación esté arraigada en la búsqueda de un mundo más igualitario. Dicha cultura también puede ayudar a fortalecer nuestra unidad, que es una característica fundamental de nuestra Orden.
Fuente: op.org