A medida que pasan los días de estas medidas de prevención y de cuidado social que incluyen un aislamiento notorio de los vínculos y los encuentros no sólo con personas con las que tenemos tratos laborales y de diversos tipos, sino para con aquellos con vinculación más estrecha, van surgiendo diversos sentimientos en nuestro interior.
Uno de los sentimientos que aflora es la angustia ante la soledad, la rutina, el encierro. Por otra parte, estallan aquellos vínculos que al incrementarse no han estado tan trabajados y demás, profundizando relaciones o generando conflictos hondos. Desde el punto de vista psicológico estamos brindando distintas pistas para el acompañamiento. Pero, desde el ámbito más teologal, nos preguntamos qué elemento de fe nos puede ayudar a crecer en esperanza frente a esto que vivimos y que asociamos con sentimientos de desazón y sequedad.
Ciertamente, nos enriquece en nuestra reflexión que el contexto en que vivimos esta experiencia es el tiempo pascual. La Resurrección nos proyecta con Jesús a ser testigos de luz y esperanza en medio de esta pandemia. Nos tomemos de la mano de algunos textos a los que podemos acceder en lectura orante y comunitaria para nutrir y enriquecer nuestro camino como comunidades al servicio de la vida.
- ¿Caminos sin horizontes?
La cotidianeidad nos puede hacer caminar en el marco de la desilusión. Tenemos muchas razones para ello. La humanidad ha tenido actitudes despreciativas y destructivas ante la vida de la naturaleza y de la totalidad cósmica. Hemos creado una civilización de la insolidaridad y la misma pandemia nos sumerge en nuestras contradicciones. Y, en medio de todo esto, llevamos siglos de evangelización y pareciera que los valores anunciados no se hubieran plasmado en la historia. Esto verdaderamente nos tira muy abajo.
Entonces nos preguntamos, si acaso, ¿no es similar esta situación a la conversación sin horizontes que llevaban aquellos discípulos caminantes, que se alejaban rumbo a Emaús? Fue necesario aquel interlocutor que se sumara a su camino, y les planteara preguntas oxigenantes que les obligaran a volver a narrar la historia. Esa experiencia ya los abrió, les hizo “arder el corazón”. Luego, al partir el pan, lo reconocieron y así su mirada cambió y su vida se reorientó a la comunidad (cf. Lc 24, 13 – 35).
Esto nos puede ayudar en la lectura bíblica en nuestras comunidades. Fijémonos sobre todo en la actitud de sorpresa de Jesús “¡Qué poco entienden ustedes!” y luego la pregunta que él les dirige, “¿Acaso no debía suceder?”. Hoy nuestras comunidades podríamos cuestionarnos por qué después de tantos itinerarios de formación continua, las situaciones inesperadas nos dejan perplejos e inmóviles. Es más, ¿en qué medida hemos entendido la Palabra por décadas rumiada en nuestras celebraciones y trayectos formativos? Muchas veces terminamos sumando desánimo y perplejidad en nuestro entorno.
Igualmente, no nos quedemos en la penitencia por nuestros cortos horizontes, similares a los de aquellos discípulos que nos sirven de consuelo, sino potenciemos la experiencia de sentir la vida del Resucitado a nuestro lado, que nos hace arder el corazón, nos permite reconocerlo y nos impele a contarlo con ansias.
Preguntas para la reflexión:
¿Hemos sentido que nos ganó el desánimo?
¿Qué lugar le damos a Jesús en nuestro camino para que nos interpele?
¿Cómo transmitimos las experiencias significativas a los demás?
- ¿Creemos en la comunidad?
Esta situación actual nos invita a confiar más en la comunidad y a profundizar en la fe y la vida compartida. Se han multiplicado los espacios donde nos encontramos tras las pantallas y las diversas plataformas que las redes ofrecen, para compartir reflexiones, experiencias y debates. También la vida orante y litúrgica está muy presente en estos espacios. Es cierto que esto no toca, ni quita, ni menoscaba la validez de los encuentros compartidos cara a cara, en la comunidad presencial, ya sea litúrgica, pastoral o educativa, por citar algunos ejemplos. La añoranza potencia la riqueza y la valoración de lo que vivíamos y ahora no podemos hacer.
La primera comunidad sintió la orfandad y añoró a Jesús cuando lo perdió tras el terrible episodio de la Cruz. En sus retinas habían quedado las imágenes de ver colgado al Maestro perdiendo su último hálito de vida. Sin embargo, algunos reunidos en celebración lo vieron y compartieron con Él. Así supieron que efectivamente estaba vivo y, si bien, añoraban muchos momentos compartidos de presencia física, ahora su presencia seguía siendo real de otra manera. Pero Tomás no estuvo ese día y cuando se sumó, no creyó el testimonio múltiple de sus hermanos y hermanas, cuando en reunión celebrativa de comunidad, habían sido testigos del Viviente.
Todos ya recordamos la advertencia posterior del Resucitado que le dirá “dichosos los que sin ver creerán”; los que confíen en la transmisión de la fe que obra la comunidad, sosteniendo y animando la presencia Viva de Jesús. (cf. Jn 20, 19 – 29).
Ahora, nos podemos también preguntar en qué medida creemos en la comunidad en cuanto instancia válida de experiencia viva del Señor y en qué medida le creemos a la comunidad aquello que nos transmite como horizonte de sentido. Estos días de compartir y de tener más tiempo de estar con los hermanos y hermanas podría provocar una “explosión de credibilidad”, podría motivarnos a compartir más las experiencias que nos han mantenido de pie y que nos invitan a mirar con fe y esperanza al futuro.
Preguntas para la reflexión:
¿Se ha cualificado nuestro compartir comunitario?
¿Cómo sentimos el paso de Jesús Vivo en medio nuestro en estos momentos?
Conclusión
Estas pinceladas sobre dos textos escogidos donde se plantea el encuentro de la comunidad con el Resucitado, sean ocasión de crecimiento en nuestra experiencia de vida y fe pascual y hagan más rica nuestra vida común como comunidad discipular.
(Por Fernando Khum cmf.)