(Fuente: Nihil Obstat) Ya tenemos nuevo Obispo de Roma, ya tenemos nuevo Papa. Que haya salido relativamente pronto puede ser un signo de que el Colegio cardenalicio no estaba tan dividido como se decía.
En cualquier caso habrá que estar atentos a sus intervenciones en los próximos días para adivinar cuál va a ser su línea de gobierno. Porque al Papa se le valora, ante todo, por su forma de gobernar la Iglesia.
Es posible que este Papa nos depare alguna sorpresa (sorpresa fue la convocatoria del un Concilio por Juan XXIII o la renuncia de Benedicto XVI). Pero, en todo caso, no hay que esperarlas en los primeros días. Los cambios en la Iglesia son lentos. El Papa necesitará algún tiempo para hacerse una idea precisa de la situación con la que se encuentra.
No ha salido uno de los candidatos más nombrados que entraron en el Cónclave como “papables”. Pero sí ha salido el que dicen que tuvo más votos en el Cónclave anterior después de Benedicto XVI. Se trata de un jesuita argentino. A mí me parece una excelente noticia que se trate de un religioso latinoamericano, con un talante abierto. Tiene 77 años, es ya un Papa mayor, pero eso no es lo importante. Lo es mucho más que haya sido un Obispo cercano a su pueblo. Si el nombre indica una identidad, el nombre de Francisco ofrece muy buenas sensaciones. Sea la pobreza de Francisco de Asís o la gran tarea misionera de Francisco Javier.
Al nuevo Papa le espera una importante tarea hacia el interior de la Iglesia y una no menos importante de cara al exterior. Hacia dentro conviene proseguir con la limpieza comenzada por Benedicto XVI. Sea cual sea el alcance de la corrupción, escándalos y ambiciones, la Curia precisa de una seria reforma que la ponga más en sintonía con el Evangelio al que debe servir. Todo lo que parece impropio de este servicio debe ser expurgado. Por otra parte, la Iglesia tiene una grave responsabilidad que va más allá de sus asuntos internos, a saber: anunciar con valentía y de forma creíble el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, hacer presente el Reino de Dios en un mundo muchas veces hostil a lo que el Reino representa y exige.
La Iglesia debe dejar de mirarse a sí misma (aunque para ello deba comenzar por poner orden dentro de su propia casa), para ocuparse y preocuparse de un mundo en el que hay muchos pobres, que tienen hambre de pan y de justicia, y muchas otras personas que buscan sentido para su vida. ¡Ojalá que el nuevo Papa nos estimule por este camino!