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Parábola del sembrador

(Por: Roberto Ábalos OP)  Salió el sembrador a sembrar. Sí, salió. Hemos escuchado una vez más la parábola del sembrador que el mismo Jesús nos ha explicado y quizá lo mejor fuera meditar en silencio el calado de su siembra en nuestro corazón y el fruto que da en nuestras obras. Tendré que pedir perdón a Jesús por atreverme a decir algo y entorpecer su discurso.

En mis 14 años de presencia en Rabinal, contemplé durante cada año la época de siembra y me ensimismaba viendo el balet de la siembra. Toda la familia, desde los ancianos a los niños, con sus huacales colmados de semillas, alineados tras los surcos que abrían los bueyes con el arado, colocando cinco granitos de maíz en la tierra (tres para la familia, uno para las aves del cielo y otro para los transeúntes) y tapándolos con los pies descalzos que parecían besar la madre tierra. Tengo filmada esta liturgia de la siembra maya. También con candelas y copal pom, en pago a la pachamama, la madre tierra. El audio lo ponían la multitud de pajaritos que revoloteaban cantando degustando ya su comida.

Los misioneros, de ayer y hoy, podemos testimoniar que no es fácil transmitir contenidos dogmáticos, eclesiológicos, cristológicos… a los pueblos indígenas, amazónicos. Un reto para nosotros. Sin embargo, les resulta familiar el mensaje de aquel que vestía kushma (túnica) como ellos, hablaba su lenguaje sencillo y cercano, y proponía un estilo de vida también familiar para ellos. Asienten a las parábolas de Jesús como si fueran dirigidas hacia ellos, con un lengua-je poético que no agrede su religiosidad natural.

Ese Jesús que les hace levantar la vista para con-templar la libertad en vuelo de las aves del cielo y el lujo y esplendor en el vestido de la flores de la madreselva. Que les anima a seguir viviendo con el sentido de la providencia del Padre que se cuida de los sencillos como ellos.

En Jesús se advierte que contemplaba la vida de sus semejantes, desde su experiencia del Padre, en el monte y en el lago y la experiencia, desde su convivencia, con sus vidas, sus labores, sus esperanzas y sus dificultades, sus clamores, sus gozos y sus sombras.

De esa contemplación saca el lenguaje preciso para sembrar en sus corazones como ellos siembran en el corazón de la tierra. U’kus caj, u’kux uleu : corazón del cielo, corazón de la tierra, es la definición que los achíes dan de Dios. Por eso Jesús les hablaba al corazón, con su verbo encarnado, creativo, fecundo y llegaba a llamarlos desde el horizonte de la montaña: ¡Bienaventurados!

La contemplación de Jesús, centrada en su experiencia del Padre y el esplendor de la naturaleza y del ser humano, debe ser la fuente de nuestra contemplación y de nuestra predicación, reactivando el emblema de nuestra orden: el contemplata aliis tradere desde los retos de nuestro mundo.

Jesús nos está diciendo que la palabra de Dios, su Palabra, ha sido sembrada a voleo en las cuatro esquinas del mundo: la señal sagrada  de la de la santa cruz maya. Y en esta parte del mundo que nosotros aquí representamos, casi podemos decir que se ha excedido en belleza y generosidad. Creo que antes era más fácil predicar la Palabra porque había más armonía entre el ser y el hábitat. Nuestros hermanos sembraron con generosidad y nosotros hemos recibido muchos de los frutos.

En la carta a los hebreos hemos leído cómo el Espíritu de Dios ha sembrado, también en estos pueblos, su ley en lo más profundo de sus mentes y lo ha grabado en sus corazones. Y nosotros debemos descubrirlos e iluminarlos desde la experiencia de Jesús: el sembrador.

Pero también, como decía entonces Jesús, hoy hay otros sembradores que no traen buena semilla, y que siembran cizaña en las ciudades, en los campos, en la costa, en la sierra, en la selva… en todos los lugares donde estamos, y estos sembradores de calamidades hacen surgir de nuevo el clamor de la tierra y sus criaturas, y en nosotros resuena el eco de Montesinos. Hoy levantan los ojos al cielo y ven temibles pájaros de acero y en los ríos enormes peces de hierro y madera que escupen gases que envenenan agua y viento.

Ojalá nunca seamos de esos cuyos pies no traen ni siembran la paz. Que sepamos desenmascararlos, denunciarlos, defender a los que Jesús defendió. Seamos de los que sienten y gozan por la semilla sembrada y la conocen, valoran, cuidan, la miman, la riegan cada día, con sudor, con esfuerzo, con dolor a veces, a la luz del evangelio de Jesús. Y que a veces nos des-animamos por los escasos frutos. Ojalá sepamos sembrar en familia dominicana, colmada de esperanza y sentido de su providencia.

Con la certeza que siempre está junto a nosotros el dueño de la semilla ante la cual debemos descalzarnos, admirar y contemplar toda la belleza sembrada, saber vigilar ante los sembradores de cizaña y danzar en familia la liturgia de la siembra de la palabra, su palabra.

 

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