Martín Gelabert, profesor de la Facultad de Teología de Valencia, fue el encargado de impartir la Conferencia Santa Catalina de este año que organizan los laicos dominicos de Atocha (Madrid). En su quinta edición, celebrada el pasado 24 de abril, la conferencia tuvo como tema la actual crisis económica.
El ponente fue, en esta ocasión, presentado por Jesús Díaz, socio del prior provincial de la Provincia de España, profesor en la Facultad de Teología de San Esteban y director de DOMUNI en español.
La intención de Gelabert se dirigió principalmente a “responder a la pregunta de cómo anunciar la Palabra de Dios en una situación de crisis como la presente, sean cuales sean sus causas”. Dicho anuncio debe llevarnos necesariamente al análisis de dichas causas, pero esa labor requiere de un estudio en profundidad en el que habrá que contar con la opinión de expertos en economía y otras ciencias sociales.
“Nos hacemos oír sólo en asuntos de moral personal, familiar y sexual. Cuando se trata de moral social, de justicia, de solidaridad… o no se nos oye bien o no levantamos suficientemente la voz”, apuntó Gelabert. Esto puede deberse, quizás, a una falta de conocimientos suficientes sobre el funcionamiento de las estructuras económicas que nos hacen, unas veces, quedarnos mudos, y otras, caer en vagas generalizaciones de carácter moral: “No puede hacerse una lectura cristiana sin conocer el texto que hay que leer y el texto es la crisis económica”.
En opinión de Gelabert, los cristianos ya hemos aprendido que en bioética los juicios morales deben apoyarse en los datos que nos proporcionan las ciencias naturales. Sin embargo, parece que en moral social todavía no nos hemos percatado lo suficiente de la necesidad de escuchar la opinión de los especialistas en los diversos campos de las ciencias sociales.
“Es fácil caer en la tentación de moralizar la crisis, o sea, de buscar culpables. Pero sospecho que en economía, las causas estructurales son más importantes que las personales. Hay mecanismos que no dependen de las voluntades individuales” señaló. La ayuda al necesitado es un imperativo moral, “pero esto no soluciona el problema estructural, que sigue estando ahí produciendo pobreza y sufrimiento”.
También se mostró crítico con quienes quieren imponer la política real y la economía real como únicas políticas y economías posibles porque “así sacralizamos el orden vigente como si fuera algo legitimado por la ciencia económica y damos por supuesto que cualquier alternativa es pura fantasía sin base científica. Los cristianos deberíamos, al menos, escuchar otras voces que ofrecen alternativas al modelo económico que nos quieren imponer como el único o el mejor posible”.
Gelabert recordó cómo el Concilio Vaticano II recalcó las implicaciones sociales y políticas del mensaje cristiano denunciando el escándalo que representaba que precisamente los países de población mayoritariamente cristiana son los que disfrutan de la opulencia mientras la mayor parte de la población del mundo vive en la miseria. Y recordó la insistencia, en este sentido, del Magisterio de los últimos papas: “Ya Pablo VI advirtió que los ricos son cada vez mas ricos y los pobres cada vez más pobres. Juan Pablo II cambió la línea del Magisterio a propósito de la propiedad privada: los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos, el derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. Sobre la propiedad privada grava una hipoteca social”. Algo sobre lo que ya había reflexionado Santo Tomás de Aquino –recordó Gelabert- al señalar que en caso de urgente necesidad no hay robo si se toma un bien ajeno de primera necesidad, y que lo superfluo de los ricos –no en virtud de la caridad, sino del derecho natural- debe servir al sostenimiento de los pobres.
Según Gelabert, la doctrina tradicional del destino universal de los bienes que señala el Concilio en la Gaudium et Spes 69 se apoya en el núcleo de la Revelación: “La primera palabra de Dios es la creación, Dios dice su primera y permanente palabra en la creación. Y lo primera que crea es un mundo preparado para el ser humano; este mundo, que es de Dios, Dios lo prepara para todos los seres humanos sin excepción. Donde los bienes no son accesibles a todos no se cumple la voluntad de Dios. Eso es lo que ocurre en este mundo. (…) La primera palabra de Dios es la creación, la definitiva es Jesucristo. En Jesucristo encontramos una confirmación y radicalización de esta enseñanza de la creación, a saber, que los bienes de este mundo están para ser repartidos equitativamente entre todos sus habitantes”.
Apuntó, además, cómo las comidas de Jesús son parábolas realizadas del banquete del Reino de Dios: “La mesa reafirma el orden social. Queriendo que en su mesa se sienten todos, Jesús rompe el orden social que discrimina a pobres y pecadores. Jesús crea una nueva mesa para crear una nueva sociedad, una mesa en la que caben todos, incluso los no judíos. (…) La parábola del hijo pródigo deja muy claro que nadie está excluido del banquete, que la fiesta sólo es completa cuando el otro hijo, el mayor, también forma parte de la comida y de la fiesta. Estas comidas de Jesús son una llamada a los ricos para que se conviertan (como Zaqueo) y una llamada a todos nosotros para que dejemos a un lado nuestras exclusiones”. También en la cena de despedida, según el evangelio de Lucas, “Jesús aprovecha para dejar claro que en la mesa de los suyos nadie es mayor ni menor, no es como la mesa de los poderosos. Todos son servidores de todos. Yo estoy en medio de vosotros como un diácono, como un servidor, les dice”.
“Las primeras comunidades cristianas eran una alternativa al mundo de entonces. Y por eso fueron admiradas por unos y mal vistas por otros”. Entonces, como ahora, “Sólo si podemos mostrar esta parábola del banquete en el que se sientan los pobres, los marginados, los excluidos… hecha realidad, daremos una idea de lo que podrá ser la comida en el Reino de Dios. Porque las parábolas del banquete del Reino no remiten a un mundo futuro, sino a un mundo presente. Apuntan a otra manera de organizar este mundo. Sólo si organizamos banquetes así, comprenderemos lo que es el Reino”.
Gelabert recordó, también, las palabras de Benedicto XVI: “la Iglesia no puede ni debe sustituir al Estado, pero tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia. La Iglesia es una más entre las fuerzas vivas que trabajan por un mundo más justo”. “Los cristianos –advirtió- no tenemos la exclusiva de la solidaridad. En la mesa de nuestro mundo moderno come la quinta parte de la humanidad mientras las otras cuatro quintas partes están esperando las migajas que caen de la mesa. Por eso, debemos colaborar activamente con aquellos que también trabajan por el Reino, sea cual sea su ideología. (…) Hoy el Espíritu Santo alienta a muchos seres humanos que trabajan en pro de la verdad, la justicia y el amor. Los cristianos ni estamos solos en esta tarea ni tenemos la exclusiva del Espíritu Santo”.
La ponencia terminó con una llamada a la esperanza y al compromiso: “El anuncio de la Palabra de Dios se ha encontrado siempre con situaciones incompatibles con lo que ella anuncia. Hay mucha gente que lo está pasando mal y que, al menos, esperan una palabra de comprensión y un gesto de solidaridad. Probablemente nosotros no podemos solucionar la crisis, pero sí podemos y debemos decir una palabra profética; y realizar gestos proféticos” dijo. “Anunciar el nombre de Jesús es inseparable de la práctica de la caridad. Santo Tomás de Aquino ya advirtió que la experiencia y la situación vital influyen en el modo de vivir la esperanza: quien pasa necesidades básicas, difícilmente podrá atender al mensaje del Evangelio; quien vive en la opulencia, también tendrá limitada su capacidad de escucha”. (Fuente: http://www.dominicos.org/)