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Papa Francisco en Santa Sabina

francisco(CIDALC) El Papa Francisco dio inicio solemne a la Cuaresma con la tradicional procesión penitencial que abre los ritos de este tiempo litúrgico y la misa del Miércoles de Ceniza que celebró en Santa Sabina, donde se encuentra la Curia General de la Orden de Predicadores.

Los actos comenzaron con una procesión desde el templo romano de Sant’Anselmo hasta la basílica de Santa Sabina. Durante la procesión, en la que se pronunciaron letanías, Francisco estuvo acompañado por los cardenales de la Curia romana, obispos y arzobispos, los monjes benedictinos de Sant’Anselmo y los frailes dominicos de Santa Sabina, además de algunos fieles.

Al llegar a la basílica de Santa Sabina, en el monte romano del Aventino, el Papa ofició su primera imposición de las cenizas, precedida por una homilía en la que recordó la Cuaresma nos llama a «la conversión del corazón». «Un llamamiento profético que es un desafío para todos hoy, ninguno está excluido, y nos recuerda que la conversión no se reduce a formas exteriores o a propósitos vagos, sino que transforma toda la existencia de la persona», precisó.

«Estamos invitados a emprender un camino en el que debemos abrir los ojos y las orejas, pero sobre todo abrir el corazón», destacó el Papa, al tiempo que animó a «abrirse a Dios y a los hermanos», en este mundo “muy artificial” que “vive en una cultura del hacer, de lo útil” y en el que “excluimos a Dios en nuestro horizonte».

«La Cuaresma nos llama a recordarnos que somos criaturas, que no somos Dios. Cuando estoy en mi pequeño círculo cotidiano y veo alguna lucha de poder, pienso: ‘Esta gente juega a ser Dios creador’. No seamos una Corte, que no somos dioses», subrayó el Papa.

El Papa Francisco exhortó a tener en cuenta a los otros, pues «sólo cuando la dificultad y el sufrimiento de nuestros hermanos nos interpelan, podemos iniciar nuestro camino de conversión para la Pascua». Un itinerario que «comprende la cruz y la renuncia», y que se nutre de tres elementos: » la oración, el ayuno y la limosna». Tres elementos que nos muestran «la necesidad no dejarse dominar. Lo que cuenta no es la apariencia. El valor de la vida no depende de la aprobación de los otros o de los sucesos. Depende de lo que levamos dentro», enfatizó el Santo Padre.
Al culminar la Solemne Misa, el Papa ingresó al claustro y saludó a cada uno de los frailes.

Tradicional Miércoles de Cenizas en Santa Sabina

El inicio solemne de la Cuaresma por parte del Papa con una celebración eucarística y la imposición de las cenizas en la Basílica de Santa Sabina es una tradición muy antigua, interrumpida en algún momento, pero luego retomada por el Beato Juan XXIII. La Basílica fue ofrecida por el Papa Honorio III a Santo Domingo y sus primeros frailes en al año 1220. Esta bella y antigua Basílica había sido consagrada por el Papa Celestino I entre los años 422 y 432.
La costumbre de celebrar en Cuaresma la Misa “estacional” se remonta a los siglos VII-VIII, cuando el Papa celebraba la Eucaristía asistido por todos los sacerdotes de las iglesias de Roma, en una de las 43 basílicas estacionales de la Ciudad.

Tras una oración inicial, tenía lugar la Procesión de una iglesia a otra mientras se cantaban las Letanías de los Santos, y se concluía con la celebración de la Eucaristía.

Al final de la Misa, los sacerdotes tomaban el pan eucarístico (fermentum) y lo llevaban a los fieles que no habían podido participar, para indicar la comunión y la unidad entre todos los miembros de la Iglesia.

La imposición de las cenizas era un rito reservado al principio a los penitentes públicos, que pedían ser reconciliados durante la Cuaresma. Con todo, por humildad y reconociéndose necesitados de reconciliación, el Papa, el clero y después todos los fieles quisieron con el paso del tiempo recibir también las cenizas.

La Estación Cuaresmal indica la dimensión peregrinante del pueblo de Dios que, en preparación a la Semana Santa, intensifica el desierto cuaresmal y experimenta la lejanía de la “Jerusalén” hacia la cual se dirigirá el Domingo de Ramos, para que el Señor pueda completar – en la Pascua – su misión terrena y realizar el designio del Padre.

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