Queridas hermanas y laicos: Nos hemos convocado con el desafío de mirar estos cuatro años de camino de la provincia, a la luz del fuego del Espíritu que el Señor nos ha dado.
Como familia hemos vivido días de escucha respetuosa, de cada uno y de la realidad en la que estamos inmersos. Nos hemos tomado tiempo y nos hemos dispuesto con corazón abierto a recibir lo que podemos aportar.
Hemos visto que nos preocupaba mucho nuestra fragilidad, lo que todavía nos falta por recorrer, los vínculos por profundizar y hacer crecer. Pero la mirada contemplativa de este caminar nos permitió reconocer los grandes pasos que hemos dado, y hemos podido descubrir que esta fragilidad es lugar donde Dios se manifiesta, ella esconde nuestra fuerza, y nos permite sabernos necesitados unos de otros y abiertos a caminar como hermanas y hermanos.
Este compartir nos ha manifestado que las opciones históricas expresan el modo en que deseamos vivir nuestra vida dominicana en la actualidad de América Latina. Nos hemos sentidos llamados a confirmarlas y profundizarlas.
Desde ellas, queremos ser un signo profético de hermandad y que esto se exprese en todos los ámbitos de nuestra vida. Queremos que la fragilidad y la vulnerabilidad nos impulsen a ser sensibles a los gritos del pueblo.
Deseamos seguir recorriendo este camino juntos, hermanas y laicos.
Descubrimos que la corresponsabilidad es muy importante para poder hacer crecer la vida, queremos que ésta se haga realidad en el modo de vivir y de trabajar, donde todos puedan poner su aporte, y donde todos los aportes sean importantes. Como familia buscamos seguir construyendo nuestro estilo de gobierno de forma más circular y flexible en todos los ámbitos.
Este es el momento en que somos enviadas y enviados con más fuerza a ser profetas de humanidad, signo de acogida, desde lo escondido, lo pequeño, para anunciar que la hermandad es posible y así anticipar la Mesa de Reino.