Los programas que desarrolla este Departamento del CELAM abarcan el período 2011-2015 y el staff que los lleva adelante está formado por:
Presidente:
Mons. Pedro Barreto Jimeno, S.J.,
Arzobispo de Huancayo, Perú.
Miembros:
Mons. Pablo Galimberti Di Vietri,
Obispo de Salto, Uruguay.
Mons. José Luis Azuaje Ayala,
Obispo de El Vigía, San Carlos del Zulia, Venezuela.
Mons. Gustavo Rodríguez Vega,
Obispo de Nuevo Laredo, México.
Mons. Louis Kébreau,
Arzobispo de Cap-Haitien, Haití.
Secretario Ejecutivo:
P. Pedro Hughes Fitzgerald, SSC., Perú.
Responsable de la Pastoral de Movilidad Humana:
Hna. Ligia Ruiz Gamba, Scalabriniana,
Colombia.
Y ellos mismos definen su área de esta manera:
DESAFÍOS MÁS IMPORTANTES
Nos sentimos interpelados a discernir los «signos de los tiempos» a la luz del Espíritu, para ser fieles al servicio del reino anunciado por Jesús, quien vino para que todos tengamos vida plena y comunión. Como responsables del Departamento, somos conscientes de las situaciones de injusticia y exclusión y de los efectos negativos de la globalización, que no permiten a muchas personas de nuestra sociedad tener acceso a una vida cada vez más plena. Esto nos pide estar atentos a la realidad concreta que viven nuestros pueblos para precisar sus reclamos más profundos e insistentes. El hecho de ser discípulos de Jesús nos exige mirar la realidad del Continente desde la perspectiva creyente, perspectiva que reconoce la primacía de la vida y la comunión como dones del Señor. Nuestro desafío, por tanto, es diseñar respuestas pastorales capaces de generar procesos de evangelización que defiendan y celebren la vida, de esa vida que crea nuevas relaciones fraternas de efectiva solidaridad y que se funda en la comunión con Dios.
En América Latina y El Caribe, pese a avances importantes, continúan el sufrimiento de las víctimas de la violencia, las situaciones injustas de extrema pobreza de muchas personas y sigue siendo una lacra inhumana las brechas de desigualdad social. Somos testigos de que la vida de tantos, sobre todo de los más débiles, no es apreciada ni respetada. Para muchos en estas circunstancias, la vida carece de sentido y se sienten relegados a la categoría de «sobrantes y desechables»42. Su reclamo de vida es ignorado en nuestras sociedades que, cargadas de rasgos históricos, estructurales y culturales de viejo o nuevo cuño, relega la vida, sin mayor problema, al desprecio y al olvido.
Necesitamos fortalecer los aún débiles procesos democráticos que garantizan el reconocimiento de los derechos plenos y deberes de todos. Los Estados tienen el deber de asegurar el anhelo de la inclusión y la participación plena de todos los ciudadanos, sin prejuicios o discriminación de género, creencia religiosa, identidad social, cultural, racial o étnica.
Hoy la tierra misma corre peligro, pues vivimos en un planeta herido por nuestra agresiva y depredadora relación con la naturaleza. Nos es difícil abandonar hábitos tan anidados en nuestra civilización, para buscar alternativas que cuiden y favorezcan «nuestra casa común». Nunca podemos olvidar que la alianza del Señor con todos los seres vivientes es un imperativo clamoroso para asegurar la permanencia de la vida integrada e
interdependiente sobre la tierra (Gn 9,12).
Nuestro compromiso nos exige cuidar la creación, expresión de belleza y sabiduría de un Dios providente; hacer obras y construir caminos de solidaridad con los más necesitados y desamparados; apasionarnos por la justicia, lo que nos permite esperar contra toda esperanza en el horizonte de la vida plena y de la comunión íntegra, dones del Señor resucitado.
OBJETIVO GENERAL DEL DEPARTAMENTO
Animar, desde el encuentro personal y comunitario con Jesucristo y a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia y del acontecimiento de Aparecida, una renovada pastoral social atenta a las diversas amenazas a la vida de nuestros pueblos y a la creación, para anunciar la Buena Nueva de la vida plena y de la comunión para todos, en especial a los pobres, anuncio que conlleva el compromiso por el desarrollo humano integral.
FUNDAMENTACIÓN
La fe nos pide afirmar la primacía de la vida como don del Padre que nos ha amado primero (1 Jn 1,1-4), quien nos invita al seguimiento de su Hijo Jesucristo para acoger, en comunión, la Buena Nueva del reino y su don de vida plena para todos.
El amor gratuito del Dios Trino se revela en la historia actual como amor divino creador y providente del cosmos que, por la misión de Jesús, libera del pecado personal y social y, por el don del Espíritu, anima a los que buscan el reino de Dios y su justicia. La historia humana con sus luces y sombras, sus logros y encrucijadas, se convierte en «lugar teológico» de encuentro con el Señor, sobre todo desde la situación concreta de los
destinatarios preferidos del reino, los pobres o insignificantes.
La preocupación por la vida y la dignidad humana interpela nuestra fe y la tarea pastoral, pues son innumerables los hombres y mujeres latinoamericanos que no cuentan con las condiciones necesarias para responder a esa dignidad. La opción preferencial por los pobres, implícita en la fe cristiana como lo afirma el Papa Benedicto XVI y los Obispos en Aparecida43, rasgo característico de la Iglesia en América Latina y El Caribe, invita a los discípulos misioneros a contemplar el rostro de Cristo en los rostros sufrientes de nuestros hermanos (Mt 25,31-46) y a dar testimonio de la vida del resucitado y del don de la comunión.
El Documento de Aparecida nos recuerda que ellos, los que sufren, son el núcleo y el criterio que interpelan la misión de la Iglesia, su pastoral y nuestras actitudes cristianas44. De la fe cristiana brotan los gestos concretos de solidaridad, defensa de los derechos y el compartir para lograr una vida digna para todos. La Iglesia está llamada a ser profeta de justicia y paz en la historia, dar testimonio de vida plena, ser signo eficaz de la Buena Nueva del reino proclamado por Jesús. Estamos convocados a ser Iglesia samaritana, «abogada de la justicia y defensora de los pobres» ante intolerables situaciones de miseria humana. El Papa Benedicto XVI nos convoca a la tarea de presentar una catequesis social capaz de ofrecer el don de la fe sus consecuencias en toda su plenitud, la que si es auténtica no puede reducirse al ámbito individual.
La vida cristiana es una llamada permanente a caminar con el otro, una invitación a acoger y dar vida a los moribundos (Lc 10,25-37) que se encuentran al borde y excluidos del desarrollo de la sociedad actual y de la historia presente de América Latina y El Caribe. Hacer obras y gestos concretos en favor de estos hermanos más sencillos es poner en práctica las bienaventuranzas de los discípulos, los que hoy ponen su confianza en las manos del Señor, buscando el reino y sus dones de vida plena y comunión para todos.
PROGRAMAS
• Programa 41: Difusión y Formación en la Doctrina Social de la Iglesia
• Programa 42: Derechos Humanos, Equidad Social y Paz
• Programa 43: Animación de la Pastoral Social – Caritas
• Programa 44: Laicos, Constructores de la Sociedad
• Programa 45: Hacia una Economía Solidaria
• Programa 46: Los Trabajadores
• Programa 47: Preocupación y Cuidado de la Creación
• Programa 48: Preocupación y Cuidado de la Amazonía
• Programa 49: Pastoral de la Salud
• Programa 50: Pastoral de la Infancia
• Programa 51: Pastoral Penitenciaria
• Programa 52: Pastoral del Migrante para la Vida y la Comunión
• Programa 53: Pastoral del Itinerante para la Vida y la Comunión
• Programa 54: Apostolado del Mar para la Vida y la Comunión
• Programa 55: Pastoral del Turismo para la Vida y la Comunión
Fuente: celam.org