Cuando se compuso el primer relato bíblico sobre la creación, Génesis 2,4b-25, hacia el siglo IX a.C., los israelitas habían salido hacia unos cuatrocientos años de Egipto; habían guerreado varias veces; también habían abandonado gruesamente la vida nómade, establecido la monarquía y edificado el Templo de Jerusalén.
Estaban familiarizados con materiales como el cobre, el bronce y el hierro, si bien la mayoría vivía y trabajaba en el campo. El autor de esa narración pudo con naturalidad expresar -literariamente y sin pretensiones históricas- el sentido de los seres humanos; no distinguió ni opuso -como otros pensadores- alma y cuerpo, sino que centró la atención en la triple relación de la humanidad (adam) con Dios que lo formó, con el polvo arcilloso (adamah) del que fue moldeado, y con otro ser humano “semejante a él” -expresada en la unión del varón (ish) con la mujer (ishsha).
Esa triple relación atraviesa la Biblia, y los evangelios la muestran en la vida terrena de Jesús, quien consideró a Dios como a su papá (abba), compartió su vida con mucha gente -sobre todo con personas sencillas y pobres-, y evidenció su gran y hondo aprecio de la naturaleza, en la que su generación actuaba.
El Papa Francisco, en la reciente encíclica Laudato si´, se ha mostrado una vez más como alguien profundamente creyente y seguidor de Jesús. En este documento, cuya lectura recomiendo no solo a los cristianos, mantiene la mirada fija en esa triple relación: los seres humanos, creados por Dios, no pueden disociar su responsabilidad con “la tierra” del compromiso con la humanidad entera, en particular con los más pobres y las futuras generaciones.
Esta perspectiva compleja pero absolutamente necesaria le ha demandado fidelidad no sólo a “la tradición judío-cristiana” y en concreto a los textos bíblicos -sea del Antiguo Testamento (cap. II, especialmente los números 65 a 83), sea a “la mirada de Jesús“yal señorío de Cristo (ns. 90 a 100)- sino asimismo a la investigación científica sobre la actual crisis ecológica. En cuanto a lo primero, más allá de la valoración de la obra creadora, y de la alabanza que despierta, el Papa llega a decir que este pensamiento “desmitificó la naturaleza” (n. 78), pues lejos de divinizar al sol, a la tierra o a algún animal, los considera -igual que a los seres humanos- creaturas de Dios. La encíclica no se reconoce en un “antropocentrismo desviado” o absoluto ni en un “biocentrismo”, sino que mueve a pensar que “no puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto al mundo si no sereconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares de conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad” (n. 118). Así como “sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana” (n. 82), hay que analizar y precisar las características y las “funciones” propias de cada ser en el conjunto simbiótico de la creación. Por eso su visión integral e integradora (ns. 136 y 141) se abrió, durante los largos meses que duró la preparación de este importante documento, a la mirada multidisciplinar de investigadores y científicos expertos en el problema del llamado “calentamiento global”, e igualmente a las expectativas de las diferentes culturas y de los pobres.
En ese contexto, los capítulos I, III y IV reúnen una valiosa visión de la problemática ambientalen el actual contexto marcado por la raíz humana de la crisis ecológica (n. 101) y más concretamente sino por el “paradigma tecnocrático dominante” (ns. 106-114 y 122-123), unido a un sector extremadamente poderoso y excluyente, pues aunque “nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo poder” –precisa- “mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero” (n. 104).
En las partes V y VI, se plantean finalmente no pocas “líneas de orientación y acción” (ns. 163-201) e importantes “líneas de maduración humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana” (ns. 202-246).
Cabe insistir en que, desde el título de su reciente encíclica, el Papa Francisco evoca el Cántico de las Criaturas de Francisco de Asís, parcialmente citado (n. 87), que inspira este documento que contempla la obra de Dios creador, admira su belleza, y simultáneamente constata el terrible flagelo que le ha infligido en los últimos siglos la negligente intervención humana, y responsablemente propone caminos para aliviar la crisis ecológica.
Por ello, no deja de sorprender las reacciones –muy difundidas también en el Perú- de sectores que, con mayor o menor acritud y altura, toman gran distancia del Papa y de su pensamiento. En realidad, pese a los 57 años transcurridos de la elección como Papa de san Juan XXIII y de 50 años desde el fin del Concilio Vaticano II -considerado el más teológico de los 21 Concilios, y el evento mayor de la Iglesia en el siglo XX, que desencadenó sobre todo en América Latina otros eventos fundamentales- y de la Constitución Gaudium et Spes, muchos no se han enterado -o no han querido hacerlo- de la importancia de escrutar, discernir e interpretar los “signos de los tiempos” , que expresan la voluntad de Dios en los desafíos de toda realidad que afecte a los seres humanos y al conjunto de la obra creadora.
Hay, como dice el Papa Francisco, “otros factores”, de orden cíclico y natural (n. 23), pero él toma posición basándose en la contundencia de la gran mayoría de la comunidad científica especializada y sobre todo en la calidad de sus argumentos. Al mismo tiempo percibe con agudeza la cada vez más evidente gravedad del problema climático, atiende las voces de los pueblos más afectados por él y pide atenderlas. Por otra parte, recurre insistentemente a la tradición bíblica y cristiana, y por ello su reflexión teológica y espiritual parte de grandes textos del Antiguo Testamento, sigue con el testimonio y mensaje de Jesús y atiende a un buen número de testigos de la larga historia de la fe.
Un ejemplo es el que se refiere al ya mencionado “paradigma tecnocrático dominante”. Al respecto se dice con claridad que el problema no es el crecimiento tecnológico, sino el papel que ha adoptado en la sociedad actual y su vinculación con la combinación del poder del conocimiento (“capital conocimiento”) y del poder económico. Una muestra de lo que afirmo es su insistencia en proponer el recurso a nuevas fuentes energéticas.
Las investigaciones y las constataciones que se exponen en Laudato si incluyen hechos, mediciones en lugares clave y en el transcurso del tiempo e interpretaciones científicas sólidamente fundadas.
A través de Internet, todos los realmente interesados en el tema, han podido acceder a Investigaciones como el Informe Stern, en Gran Bretaña (octubre 2006), el estudio preparado por el World Wide for Nature (febrero 2011), el realizado por el Intergovernmental Panel onClimateChange (mayo 2011) a cargo 120 expertos del Programa de las Naciones Unidas para el medio Ambiente y de la Organización Meteorológica Mundial), etc.; y entre nosotros, a la investigación sobre Amazonía peruana en el 2021, de Marc y Diego Dourojeannie y Alberto Barandiarán (2010), entre otros.
Para concluir, no deja lugar a dudas sobre la seriedad y la urgencia del problema la carta Actuar contra el cambio climático, suscrita por Embajadores de los países de la Unión Europea en el Perú y la Delegación de la misma UE, publicada por La República del 26 de junio del 2015, casi coincidiendo con la divulgación de la encíclica y ante la inminencia de la COP 21 en París.
Fuente: revistaideele.com