(Por: María José Vicente, laica dominica, Fraternidad de Valencia) Hoy es un día grande para vosotros, pero también lo es para mí. Sí porque, después de 800 años, nuestra Orden sigue avanzando, predicando y dando testimonio de vida, de trabajo y de oración.
¡Cómo no voy a estar contento! Me sorprende ver cómo hacéis las cosas… ¡Cuántos medios tenéis! ¿Os hago una confesión? ¡Os envidio un poco!, porque nosotros no teníamos tantos recursos y, fijaos cuántas cosas hicimos. Cuando pienso en las que podéis hacer vosotros…. Pero me gustaría deciros una cosa: no creáis que mi época era peor o mejor que la vuestra, simplemente era otra.
Tampoco creáis que lo que hice sólo lo pude hacer yo, porque era “santo”. No, santo me hicieron después. Pero antes tuve que vérmelas con muchas dificultades. Os recuerdo algunas: La predicación no existía. Eso quiere decir que al Pueblo de Dios no se le cuidaba como es debido. La Iglesia tenía unas formas excesivamente pomposas y cargadas de boato, que si os digo la verdad, me avergüenza recordarlo. La sociedad ya sabéis como estaba y con qué valores funcionaba, pero lo que brillaba por su ausencia era la justicia y la verdad. ¿Os hago otra confesión? Cuando vi que fallaba la justicia, fue cuando opté por las “pieles vivas en vez de las muertas” ¡A propósito! Parece a que a mis biógrafos les gustó el gesto, y a mis frailes también, pero creedme, no podía hacer otra cosa. ¡Era tanta la miseria…! También vi que fallaba la verdad, y os digo que no tuve más remedio que enviar a mis primeros hermanos a las mejores universidades para que -de una vez por todas- el Pueblo de Dios escuchara su Palabra y aprendiera a vivirla.
Por lo tanto no penséis que quise fundar una orden de profesores, ni de intelectuales, sino más bien una Orden de Predicadores, que se dedicara a anunciar lo único importante: la buena noticia del Evangelio. Es curioso, mi amigo Francisco de Asís tuvo el mismo deseo de volver al Evangelio, pero rechazo el estudio por amor a la pobreza y su predicación fue más de ejemplo que de palabra. Bueno, tal vez me esté poniendo un poco melancólico recordándoos mi pasado. Son momentos de alegría para todos, y quiero que os sintáis muy felices y unidos. Por eso permitidme unas palabras para las tres ramas de la orden que conserváis desde mis comienzos: Me alegro porque mis queridas monjas, no han olvidado la exclamación que yo usaba con más frecuencia: “Señor, ¿qué será de los pecadores?”. Procurad buscar el rostro del Señor en la quietud y en el silencio y no dejéis de interpelar al Dios de nuestra salvación para que todos los hombres se salven.
A los frailes les diría que las exigencias de su vida comunitaria, es decir, la oración, la obediencia, la castidad, el estudio o el compromiso que supone la pobreza….; en resumidas cuentas todos esos medios que la Orden considera como esenciales e insustituibles y que todos juntos, “sólidamente trabajados entre sí, armónicamente equilibrados y fecundándolos unos a otros”, constituyen en síntesis la vida propia de la orden. Solo quiero pediros que “pongáis los medios y no los pongáis a medias”. Entregaos por entero, sin medias tintas, con toda vuestra enorme voluntad, aceptando por supuesto vuestras limitaciones y fallos, pero sé que ninguno de ellos será por falta de voluntad sino por la propia debilidad humana.
A los laicos, como parte de la Orden de Predicadores que sois, estáis llamados a ser predicadores desde vuestros hogares y ambientes de trabajo y sociedad. Seguir buscando la coherencia de vida a través de la vivencia de la fe dando testimonio de vuestra conducta. Que las Fraternidades tengan las puertas abiertas a cuantos se sientan llamados a ser predicación viva de la Palabra fomentando la formación, la oración y la vida fraterna. Y a todos os pido encarecidamente, que cuidéis mucho a los jóvenes de la Orden porque serán ellos los encargados de perpetuar nuestro carisma dominicano.
Me siento muy orgulloso porque todos, junto con otros miembros de la Orden, formáis la gran Familia Dominicana. Por favor seguid todos siendo activos-contemplativos y contemplativos-activos. Mientras estéis con la gente llevad a Dios en vuestro corazón y cuando estéis en silencio ante Dios no olvidaros de los hermanos. Un último consejo. ¡Sonreíd un poco más! De verdad, a veces, desde el cielo, os veo un poco serios. Sé que tenéis mucho trabajo ¡También lo tuve yo! Y eso no me quitó la alegría ni la sonrisa. ¡Ah! Antes de que se me olvide; mantengo mi palabra: Os voy a seguir siendo útil desde aquí.
Os bendice desde el cielo,
vuestro Padre Domingo