“La cuaresma es el camino de la esclavitud a la libertad, del sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida” destacó el Papa Francisco en la Misa del Miércoles de Ceniza, que presidió en la Basílica dominica de Santa Sabina, al tiempo que recordó que “vivir la cuaresma es anhelar ese aliento de vida que nuestro Padre no deja de ofrecernos en el fango de nuestra historia”.
Los actos que dan inicio al tiempo litúrgico de la Cuaresma, comenzaron con una procesión desde el templo romano de Sant’Anselmo hasta la basílica de Santa Sabina, donde se encuentra la Curia General de la Orden de Predicadores.
En su homilía el Papa señaló que la Cuaresma es el tiempo para decir «no»; tiempo de “memoria” y tiempo para “volver a respirar”.
El Santo Padre Cuaresma animó a decir no a la indiferencia, a la negligencia, a las palabras vacías y sin sentido, a la crítica burda y rápida, a los análisis simplistas que no logran abrazar la complejidad de los problemas humanos, a “la asfixia de una oración que nos tranquilice la conciencia, de una limosna que nos deje satisfechos, de un ayuno que nos haga sentir que hemos cumplido”. “Cuaresma es el tiempo de decir no a la asfixia que nace de intimismos excluyentes que quieren llegar a Dios saltándose las llagas de Cristo presentes en las llagas de sus hermanos: esas espiritualidades que reducen la fe a culturas de gueto y exclusión”, puntualizó.
Como tiempo de memoria la Cuaresma es, para el Papa, “tiempo de pensar y preguntarnos: ¿Qué sería de nosotros si Dios nos hubiese cerrado las puertas? ¿Qué sería de nosotros sin su misericordia que no se ha cansado de perdonarnos y nos dio siempre una oportunidad para volver a empezar? ¿Dónde estaríamos sin la ayuda de tantos rostros silenciosos que de mil maneras nos tendieron la mano y con acciones muy concretas nos devolvieron la esperanza y nos ayudaron a volver a empezar?”.
El Obispo de Roma afirmó que Cuaresma es , también, el tiempo para volver a respirar, “para abrir el corazón al aliento del único capaz de transformar nuestro barro en humanidad”. “No es el tiempo de rasgar las vestiduras ante el mal que nos rodea sino de abrir espacio en nuestra vida para todo el bien que podemos generar, despojándonos de aquello que nos aísla, encierra y paraliza”.
Aludiendo al gesto de imponer las cenizas ‘con el que nos ponemos en marcha” el Papa explicó que “nos recuerda nuestra condición original: hemos sido tomados de la tierra, somos de barro”. “Sí, pero barro en las manos amorosas de Dios que sopló su espíritu de vida sobre cada uno de nosotros y lo quiere seguir haciendo; quiere seguir dándonos ese aliento de vida que nos salva de otro tipo de aliento: la asfixia sofocante provocada por nuestros egoísmos; asfixia sofocante generada por mezquinas ambiciones y silenciosas indiferencias, asfixia que ahoga el espíritu, reduce el horizonte y anestesia el palpitar del corazón”, precisó.
En definitiva, el Santo Padre resaltó que “vivir la cuaresma es anhelar ese aliento de vida que nuestro Padre no deja de ofrecernos en el fango de nuestra historia”. En este sentido, manifestó que “el aliento de la vida de Dios nos libera de esa asfixia de la que muchas veces no somos conscientes y que, incluso, nos hemos acostumbrado a `normalizar»´, aunque sus signos se hacen sentir; y nos parece `normal´ porque nos hemos acostumbrado a respirar un aire cargado de falta de esperanza, aire de tristeza y de resignación, aire sofocante de pánico y aversión”.
LA CUARESMA CON EL PAPA EN SANTA SABINA
El inicio solemne de la Cuaresma por parte del Papa con una celebración eucarística y la imposición de las cenizas en la Basílica de Santa Sabina es una tradición muy antigua, interrumpida en algún momento, pero luego retomada por el Beato Juan XXIII. La Basílica fue ofrecida por el Papa Honorio III a Santo Domingo y sus primeros frailes en al año 1220. Esta bella y antigua Basílica había sido consagrada por el Papa Celestino I entre los años 422 y 432.
La costumbre de celebrar en Cuaresma la Misa “estacional” se remonta a los siglos VII-VIII, cuando el Papa celebraba la Eucaristía asistido por todos los sacerdotes de las iglesias de Roma, en una de las 43 basílicas estacionales de la Ciudad.
Tras una oración inicial, tenía lugar la Procesión de una iglesia a otra mientras se cantaban las Letanías de los Santos, y se concluía con la celebración de la Eucaristía.
Al final de la Misa, los sacerdotes tomaban el pan eucarístico (fermentum) y lo llevaban a los fieles que no habían podido participar, para indicar la comunión y la unidad entre todos los miembros de la Iglesia.
La imposición de las cenizas era un rito reservado al principio a los penitentes públicos, que pedían ser reconciliados durante la Cuaresma. Con todo, por humildad y reconociéndose necesitados de reconciliación, el Papa, el clero y después todos los fieles quisieron con el paso del tiempo recibir también las cenizas.
La Estación Cuaresmal indica la dimensión peregrinante del pueblo de Dios que, en preparación a la Semana Santa, intensifica el desierto cuaresmal y experimenta la lejanía de la “Jerusalén” hacia la cual se dirigirá el Domingo de Ramos, para que el Señor pueda completar – en la Pascua – su misión terrena y realizar el designio del Padre.
Fuente: op.org