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Carta del Maestro de la Orden después del Congreso para la misión de la Orden de Predicadores

Carta maestrodelaordenCompartimos la carta de fray Bruno Cadoré, titulada «Enviados a predicar el Evangelio, después del Congreso para la misión de la Orden de Predicadores», emitida en Roma en  la Solemnidad de la Anunciación

 

Enviados a predicar el Evangelio,
después del Congreso para la misión de la Orden de Predicadores

Estimados hermanos y hermanas,

Al día siguiente del Congreso para la misión de la Orden con el que concluimos la celebración del Jubileo, quisiera compartir con Uds. la alegría y la gratitud que expresé durante el cierre de este Congreso. Al enviarles esta carta que retoma las conclusiones, deseo invitar a la orden entera a cosechar los frutos de este Congreso y, más ampliamente, la gracia del Jubileo. Alegría, al experimentar estos cuatro días de encuentro con los miembros de la Orden, descubrir hermanos y hermanas, naciones, idiomas y culturas, generaciones diferentes, unos rostros de la iglesia muy diversos. Alegría, en el medio de todo esto, por una experiencia de profunda unidad, una especie de « casa común» en la que la Palabra se escucha, recoge, comparte, celebra y predica. Alegría y gratitud puesto que todo esto nos permitió tomar aún más conciencia que se trataba de una gracia realizada por Otro. De una gracia compartida, independientemente de la especificidad de cada una de las ramas y entidades a las que pertenecemos; una gracia a menudo entregada en frágiles vasijas de barro, pero confiando en él, que siempre acompaña y precede aquellas y aquellos que envía. Este sentimiento de « casa común», nos ha llevado a todas y todos, creo, a reconocernos en un mismo rostro, el de Domingo que guiándonos por el camino en el seguimiento del Cristo Predicador nos propone una aventura de predicación según el modelo de la « proclamación de la buena nueva del Reino a lo largo de ciudades y aldeas». Esta predicación no se desarrolla inicialmente en base al contraste entre el interior y el exterior de una Iglesia ya establecida. Está más bien permeada de una tensión entre, por una parte, la imposibilidad de caminar « sin» (sin las víctimas, sin los recuerdos heridos, sin los refugiados que son nuestros, sin los pecadores, sin los hombres y las mujeres de buena voluntad, sin las otras búsquedas de verdad, que sean o no creyentes) y, por otra parte, el deseo profundo de aprender a caminar con la convicción que, haciendo esto, también aprendemos a caminar con Dios.

Este deseo lo llevamos cada uno y de forma conjunta en un mundo que amamos, que queremos aprender a amar, desarrollando la capacidad de contemplación. Como todo amor verdadero, es exigente. Es la exigencia de una mirada lucida y realista que permite a la vez de leer y lamentar los estragos de una guerra mundial que lo deforma y acumula víctimas sistémicas, y sabe identificar las oportunidades de los lugares y realidades donde el humano manifiesta su capacidad de resistir a lo que lo disminuye, desfigura o degrada. Es un mundo que es donde el ser humano puede descubrir la humanidad de la que es capaz; esta humanidad compartida que le permite enfrentar las pruebas de la vida, de superarlas, a veces de invertir lo que las provoca, dejando surgir en sí mismo la convicción que, por la humanidad del humano que precisamente hace que sea bueno, generoso, capaz de perdonar, solidario, todo puede en última instancia terminar de una manera hermosa, quizás inesperada pero anhelada. Es en este mundo, y también digamos para este mundo, que somos enviados a predicar. Y en este envío vemos a lo que preserva nuestra unidad, en nosotros, todos los miembros de la Orden de Predicadores, hermanos, monjas, laicos, hermanas apostólicas de congregaciones agregadas a la Orden, institutos seculares, fraternidades sacerdotales y jóvenes del movimiento de la juventud dominicana, y muchos amigos. Enviados para servir, mediante el ministerio de la evangelización en el nombre de Jesucristo, el misterio de la gracia de la Palabra. Si, ¡mucha alegría y una profunda gratitud por pertenecer a esta familia!

Algunas convicciones
Esta « familia», esta « comunión de santas predicaciones » es animada por un cierto número de convicciones que se expresaron a lo largo de las presentaciones y debates del Congreso. Tras este Congreso, quisiera retomar tres de estas convicciones principales que se podrían definir como una « mística» de la predicación y un « estilo de vida» de la predicación.

Predicación
La primera es la convicción que nuestra vocación principal es la predicación y que en esta se basa la unidad de todos los miembros de la Orden y de la familia dominicana. Los intercambios y las reflexiones durante el Congreso demostraron claramente que esta predicación no podría limitarse a la homilía litúrgica, sino que abarca todos los modos con los que se puede prestar la palabra humana a la expresión de la Palabra de Dios que quiere y viene a conversar con la humanidad. Este ministerio de la Palabra nos constituye de alguna forma como mediadores –mediadores que no son ministros solitarios pero más bien músicos y actores con los que nos encontramos en estos días; actores solidarios en una misma aventura de transmisión de un mensaje único.

Esta predicación tiene características que nos importan, sin borrar la diversidad y la especificidad de nuestros estados de vida en la Orden, de nuestras culturas y nuestras Iglesias. Es la mediación de un dialogo permanente entre la Palabra dirigida por Dios a la humanidad, y la Iglesia instituida por esta Palabra como sacramento de salvación, en la medida en que es profética, hablando por parte de Dios y las culturas concretas e históricas en las que se proclama la palabra. Y, cuando decimos que es proclamada insistimos en situar siempre la palabra humana sobre Dios en una secuencia donde se suceden silencio, escucha, palabra y más silencio en contemplación de la gracia de la Palabra que opera, alternando, como Domingo mismo lo hacía, momentos para hablar de Dios a los hombres y otros, fundamentales, para hablar de los hombres a Dios. Esta alternancia es lo que nos hace descubrir y vivir la aventura a la que conduce la predicación: sentir la vida que se da y que se recibe, dar gracias por la vida que se transmite porque anima la Palabra que es él que vino a dar vida en abundancia. Por este motivo pensamos que la palabra de la predicación siempre es al mismo tiempo palabra de vida y de amor, palabra de misericordia que libera y cura y palabra de generación a una vida que tiene la fuerza de transformar cada persona y el mundo.

La proclamación de esta buena nueva de la vida, de la belleza y del amor pensamos deba apoyarse en idiomas diversos, marcados por las diferentes culturas y sus contextos. Y hemos destacado varios de estos idiomas, además del de la conversación, del anuncio o de la explicación. Es el lenguaje del testimonio de la vida, individual y comunitario. También es el lenguaje de la ternura, de la misericordia y del perdón. Es asimismo el lenguaje que responde a aquellos y aquellas que en este mundo están hambrientos de palabras liberadoras. Es el lenguaje de los gestos que plantean una necesidad de justicia, restauran el tejido social, crean dialogo entre las instancias sociales y políticas para iniciar una trama de solidaridad. Pero también son los lenguajes del arte bajo sus formas diferentes que se unen a la capacidad de búsqueda de belleza y de verdad fundamental para el humano. En cualquier caso, estos lenguajes buscan desplegar una predicación calificada, poniendo en práctica unos métodos que se ajustan a una conversación con nuestros contemporáneos que permitan salir de todo tipo de « burbujas» en las que nos encerramos muy fácilmente. Por último, estos lenguajes siempre serán una forma de manifestar la hermosa realidad de la encarnación que es precisamente la que asumió él que es la Palabra. La predicación tiene en este mundo un lenguaje que, en muchas formas diferentes le brinda a la humanidad la alegría de « tomar cuerpo» con Dios. Lo hace porque proclama la buena nueva de la venida del Reino por el misterio de la Encarnación. Lo hace como « santa predicación» descubriendo que en este anuncio es llevada, acompañada y precedida por el misterio de la gracia del Espíritu.

Fraternidad
Entre estos lenguajes de la encarnación, y esto es una segunda convicción, acordamos un lugar importante al lenguaje de la fraternidad. Ésta atestigua la amistad de la que queremos ser portadores, en el nombre de la amistad de Dios con el mundo de la que queremos ser predicadores. Sin embargo, la fraternidad también es una realidad de la que es capaz el ser humano, dando testimonio así del amor y gratitud mutua así como de la pertenencia a una humanidad común: las acciones y las palabras que consolidan la fraternidad despliegan algo semejante a un lenguaje del corazón abriendo un camino que puede conducir a Dios. Al mismo tiempo, esta fraternidad puede afirmar que es posible construir puentes entre los seres y entre los grupos, entre las culturas y entre los mundos contemporáneos que parecen mutuamente excluyentes, resistiendo a la segregación y la exclusión. Predicar por medio de la fraternidad nos lleva a implicar la comunidad humana a tener confianza en la propia capacidad de integración en la unidad de una comunión, inicialmente dada, y fundadora de la misma posibilidad y de la riqueza de su diversidad. Convicción de la fraternidad ligada a la predicación.

Encuentro
Una tercera convicción que hemos desarrollado a lo largo de estos días es que el encuentro es la forma principal de predicación, la forma en la que deseamos ser predicadores y proclamar el Reino. Encuentro que hace eco a aquel del Dios de la revelación con su pueblo del que ve el sufrimiento y del que escucha el clamor de manera que viene a caminar con ese pueblo. Pensamos que es éste Dios el que nos envía al encuentro de nuestros contemporáneos para hablar con ellos de la buena nueva del Reino de Dios y así evangelizar en nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Este encuentro, afirmamos, no es solamente curiosidad o deseo de conocer algo nuevo; tampoco es solamente apologético; es sobre todo una determinación a amar, servir y cuidar la humanidad con la que compartimos el destino. Seguramente nos encontraremos con personas dispuestas a escuchar y recibir; pero también con personas indiferentes, desilusionadas, incluso tal vez contrarias. En cualquier caso, la autenticidad de la vida, la coherencia más justa posible entre lo que se dice y lo que se vive garantizará la credibilidad del predicador y de las comunidades fraternas de predicación, al mismo tiempo que la del mensaje. El encuentro siempre será una ocasión para un « ajuste» mutuo de comunicación entre los seres y como en el dialogo con la samaritana o andando por el camino de Emaús, intentará dejarse guiar por la pedagogía de Dios mismo cuando conversa con su pueblo. Expresamos el deseo que esta convicción del encuentro nos lleve a salir de las diferentes « burbujas» en las que demasiado a menudo nos hemos acomodado y a intentar encontrarnos principalmente con aquellos que sufren por violencia, pobreza, la exclusión y discriminación social: ellos nos enseñan algo fundamental sobre nuestra propia vulnerabilidad. Quisiéramos aprender algo de ellos acerca de la realidad de la promesa que se cumple cuando Dios toma cuerpo en este mundo, se vuelve vulnerable, hasta ser subido a la Cruz para abrir el camino de vida a las multitudes.

La predicación como camino de santificación en un mundo en trabajo
Este ministerio de la Palabra para los Predicadores no es principalmente una función sino el camino hacia la propia santificación. La predicación nos lleva al corazón del mundo porque es nuestra forma de seguir el « Cristo-Predicador» y de anhelar vivir con él. Ella nos conduce hacia el corazón de un mundo en el que, con él, deseamos reconocer todos los signos de la promesa de un engendramiento : un mundo implicado en un trabajo de generación, como afirmamos. Pero de esta forma, la predicación nos lleva también al corazón de nosotros mismos, individualmente y comunitariamente, permitiéndonos sentir la misma promesa de poder ser generados y nacer nuevamente, ¡de ser santos!…

Intranquilidad del mundo
En cuanto al mundo en trabajo, nos compete tomar los medios para aprender a identificar lo que hoy transforma el rostro del mundo, intentando dar prioridad al deseo de ir allí donde el mundo trabaja, de alcanzar aquellos que viven en el mismo, esforzarnos de comprender con ellos que sucede, lo que puede ser escuchado como promesa y desplegar aún más lo que se deba transformar, reconstruir, reorientar y rechazar. Ir a esos lugares de intranquilidad en el mundo; allí donde la larga historia de la conversación de Dios con los hombres que queremos servir contribuye, junto con la historia construida por los hombres, a establecer un mundo vivido en común, acogedor para todos y sostenible por todos.

Es por esto que el trabajo de la proclamación de la buena nueva de la venida del Reino, la aventura de la predicación, exige un discernimiento incansable de los signos de los tiempos, cuando los cambios pueden presentarse como terribles peligros para la humanidad del humano, mientras al mismo tiempo pueden ser una oportunidad, como lo dijo el poeta, para que allí donde crece el peligro también crezca lo que salva. Solo voy a enumerar lo que ya evocamos juntos, pero que repetidas veces dijimos se debería comprender más profundamente: ¿Acaso Domingo no envió sus primeros hermanos principalmente a « estudiar», para llegar precisamente a estos nuevos lugares académicos donde buscaban que el hombre mismo, su mundo y su Dios fueran más comprendidos por el ser humano? Es la realidad de los importantes movimientos de migración forzada y sufrida de las que demasiados refugiados son víctimas hoy, que generan tanto sufrimiento, miedo, parálisis de la capacidad humana frente a la comunión. Es la realidad de las coexistencias y cruces culturales y religiosos – características de un mundo globalizado que sin embargo no borra (y tal vez amplifica) el aislamiento identitario y los proteccionismos – unos cruces no siempre pacíficos, no siempre serenos, no siempre « inteligentes» por cuanto están afectados por pasiones y recuerdos dolorosos. Son cambios profundos en las formas de comunicación, de relaciones con los demás, de afirmación de si mismo, donde los mundos contemporáneos hacen frente a esa paradoja cuando se afirman a la vez la necesidad de entrar en contacto con los demás, y el riesgo de encontrarse, sin haberlo realmente elegido, encerrado con los mismos. Son los conflictos que se multiplican precisamente en esta tensión entre globalización e identitarismo, con el pretexto de un mercado ultraliberal, del saqueo de recursos fundamentales de tantos países, de puesta en dependencia de poblaciones enteras – a menudo las más vulnerables y las más pobres – por conflictos de interés que no los conciernen. Conflictos a veces animados por la memoria de la colonización o las hegemonías impuestas que están a la raíz de las heridas de la memoria, cuyo reconocimiento y acompañamiento son urgentes ya que de lo contrario los conflictos se reproducirán. Son las crisis políticas graves, desfiguradas demasiado a menudo por la corrupción, la palabra falsa y manipuladora, una visión elitista del tejido social y su futuro, una democracia privada de sus exigencias y de su sentido, donde la dignidad del ser humano y sus derechos deben de alguna forma recuperarse para evitar que el ser humano sea nuevamente sujeto a la comercialización. Es la crisis ecológica cuyos desafíos para la evangelización Laudato Si destacó tan claramente, hasta incluso la puesta en peligro de los pueblos originarios, su dignidad y sus condiciones de vida. Y también, es la crisis de vulnerabilidad donde encontramos al mismo tiempo una mayor sensibilidad a la centralidad de la vulnerabilidad en la identidad misma del ser humano pero también un aumento de la vulnerabilidad forzada, agravada, expuesta e instrumentalizada de las personas (trata de personas, supresión en algunos lugares de la libertad de expresión de la mujer), así como la vulnerabilidad de las estructuras y condiciones de vida (crisis de la tierra, del agua, de la energía). Es la crisis de los núcleos de base de las sociedades, de los núcleos familiares pero también las células de vida social donde, durante siglos, el pluralismo cultural y religioso era una oportunidad y una fuerza, pero ahora parece ser un riesgo, una maldición. Es, por último, la crisis de las religiones que están nuevamente expuestas a la que podría ser su tentación fundamental: imponerse como una autoridad única reivindicando lo sagrado, o Dios, afirmándose como promotores de identidades exclusivas, luchando contra los demás por el dominio de los territorios o de las poblaciones. Una crisis en la que no se puede negar la de la Iglesia católica que, en algunos lugares está desorientada por una secularización que se impone sin que hayamos sabido o podido seguir transmitiendo la promesa como un camino de vida no exclusivo, pero fortificante y liberador. Y sin que hayamos identificado como transformar las estructuras de organización del territorio, por ejemplo, o la asignación de cargos y de corresponsabilidad ajustada a la evolución en las sociedades y las culturas, permitiéndole a la Iglesia crecer en sinodalidad.

Las comunidades mismas en trabajo
Sin embargo, « allí donde crece el peligro también crece lo que salva». Muy a menudo, cuando hermanos o hermanas citan a estas realidades como desafíos urgentes, también manifiestan que a menudo es posible llevarles el fuego de la esperanza, de la transformación, de la generación a un destino diferente donde el dolor y el fracaso no tendrían necesariamente la última palabra. Las experiencias concretas relatadas y los intercambios del Congreso invitaron a resistir a la resignación. En efecto, algunos entre nosotros, algunas comunidades y, por lo tanto, todos nosotros juntos, sabemos que muchas de estas realidades arriba mencionadas habitan nuestras realidades comunitarias y existencias individuales (pienso en la realidad de la migración y de la obligación de refugiarse, en la secularización, la coexistencia pluralista, en las memorias dolorosas, en las necesidades tan frecuentes en nuestras comunidades de reconciliación entre las personas después de conflictos latentes que envenenaron las relaciones por años…). Esta proximidad de experiencias debe poder ayudar a mantenernos vulnerables con aquellos a los que somos enviados para anunciar la amistad de Dios como una buena nueva. Tuvimos la alegría de escuchar testimonios de prácticas de resistencia, ya sea en obras llevadas a cabo por algunos entre nosotros, ya sea mediante la participación a movimientos sociales, asociaciones, ONG, grupos de voluntarios, militancia de promoción de justicia social, solidaridad con grupos de víctimas, prácticas de educación tan importantes al momento en que la transmisión cultural y la educación se han vuelto en ciertos lugares tan frágiles.

A través de experiencias y testimonios, pudimos descubrir de nuevo cuanto el hecho mismo de asumir tales compromisos constituya también una exigencia para consolidar nuestra forma de vivir, individualmente y comunitariamente. Se trata, por un lado, de promover en nuestras realidades todo lo que pueda fomentar la humanización de cada uno, el perdón y la reconciliación, el ajuste del ejercicio de autoridades, la práctica la más justa posible de la democracia de la que estamos tan orgullosos en la Orden aunque a veces la ejercemos escasamente, el pluralismo cultural sin que las identidades se excluyan mutuamente, el uso de bienes ordenado al bien común, la puesta en común de los bienes concretamente y sin condiciones. Afirmando así la convicción que podríamos aportar una contribución a la « salvación y la transformación» del mundo, haciendo frente en nuestra propia casa a las dificultades semejantes a aquellas que también enfrenta el mundo. Por otro lado, se trata de expresar como la forma de enfrentar verdaderamente estas realidades que sentimos dentro pueda llevar a asumir unas responsabilidades específicas a favor de la paz en base a la justicia, a favor de la educación, de la democracia, de la reconciliación en el plan social. ¿Cómo por ejemplo no entender que la atención dada a la palabra de cada uno en una comunidad pueda consolidar el deseo de atender el derecho a la palabra de aquellos que no tienen voz? En breve, proclamar la encarnación de la promesa nos llama a fundamentar nuestra palabra en una actitud personal y comunitaria de oración, de contemplación, de oración por la paz, es decir de conversión.

Este dialogo entre el discernimiento de los signos de los tiempos y el trabajo sobre sí mismo y en las comunidades brinda entonces la posibilidad de una evaluación serena de los compromisos apostólicos; permitiéndonos considerar, en caso necesario, de qué manera podríamos « desinstalarnos» e ir preferiblemente hacia sitios difíciles, incómodos, donde la Palabra no es esperada y a veces tampoco recibida. Itinerancia de la predicación para que pueda surgir en estos lugares de intranquilidad en el mundo.

Perspectivas de nuestra misión para el futuro
Al final de las celebraciones del Jubileo, el Congreso para la misión de la Orden fue una asamblea internacional de nuestra « familia para la predicación», subrayando una vez más que esa será la mejor forma de dar las gracias y tomar parte, hoy y mañana, en esta “confirmación” dada a la Orden hace ochocientos años. ¿Cuáles podrían ser las líneas generales de este futuro de la predicación?

De la predicación a la teología, y viceversa
La primera perspectiva para el futuro de la misión es buscar siempre fortalecer la articulación esencial entre predicación y teología. Este dialogo vivo entre las dos, dialogo en alguna forma entre la experiencia de la fe y la comprensión del misterio de la Revelación, es constitutivo de la identidad de la Orden y define una « nota» fundamental del envío de la Orden para proclamar el Evangelio, del servicio específico que la Orden está llamada a ofrecer a la Iglesia « en acción permanente de evangelización». Necesitamos estudiar, no porque pretenderíamos ser o convertirnos en sabios, sino porque quisiéramos hacer siempre más inteligible la presencia de Dios en este mundo así como la obra de su gracia. Por otra parte, si predicar es responder al envío de trabajadores a la cosecha, los predicadores son de hecho enviados como en una « tierra sagrada» (retomando aquí la expresión del Papa Francisco en la audiencia concedida a los capitulares en el mes de agosto pasado) donde su primera tarea será la de contemplar esta obra de gracia, captar los signos del misterio de esta presencia, dejar que sus corazones sean habitados de una compasión por el mundo que se hace eco de la compasión de Dios mismo que escucha su pueblo, responde a su hambre de libertad y comunión y le dirige una Palabra de liberación y de consuelo. El trabajo de la inteligencia de la fe se basa, se alimenta y se deja guiar por esta solidaridad en la compasión, por el deseo de ir a predicar « en el compromiso con Dios». La búsqueda teológica en la Orden y a través de todas las colaboraciones posibles entre nosotros y con otros investigadores y otras disciplinas, debería priorizar esta perspectiva para el mayor servicio de la Iglesia. En este sentido, se debería crear y publicar una base de datos de « recursos teológicos» de la Orden, así como se podrá difundir una base similar con los recursos de las experiencias de predicación. Además, se debería prestar una atención especial por una parte a los lugares donde la creación de universidades pudiera ser particularmente relevante (por ejemplo Nigeria) y por otra, a la importancia de dedicar esfuerzos de investigación sobre los temas de la interculturalidad, del dialogo entre culturas y religiones, especialmente en África y Asia. Pero también con las culturas tecno-científicas y digitales que capturan la realidad del mundo y del ser humano de hoy e « inventan» nuevos tipos de relaciones sociales, nuevos tipos de relaciones de cada uno con sí mismo, pero también un nuevo tipo de relación hacia la realidad, al mundo exterior o incluso con el propio cuerpo o psiquismo.

A los lugares de intranquilidad del mundo
Esta actitud supone que intentemos alcanzar siempre más y siempre mejor, y en sinergia los unos con los otros, los lugares donde el mundo está «en trabajo de él mismo». Durante décadas, la Orden, a través de los grandes momentos de su historia, por las intuiciones de las hermanas y hermanos más celebres o anónimos, así como mediante las orientaciones formuladas por nuestros capítulos, ha señalado prioridades y puntos de vista privilegiados según los cuales desarrollar el ministerio de la evangelización y de la predicación. Los encuentros durante el Congreso manifestaron que ahora se trata de llevar a cabo un constante cuestionamiento crítico de las realidades de la predicación intentando responder a estas dos preguntas: allí donde llevamos a cabo la predicación, ¿cómo profundizar aún más la calidad y la precisión de la evangelización del nombre del Señor Jesucristo? Al hacerlo, ¿qué contribución específica pensamos deber aportar como « familia de la predicación» a la tarea de evangelización para la que la Iglesia se vuelva lo que es llamada a ser? En cada región, este trabajo de discernimiento podría ser la oportunidad para una reflexión conjunta entre las diferentes entidades miembros de la Orden, o para tomar decisiones y definir nuevos proyectos de colaboración apostólica. Contribuir a hacer surgir la alegría de la evangelización a partir de esos lugares de intranquilidad, como del « otro lado del mundo».

En formación permanente
Una tercera línea de fuerza para el futuro del despliegue del « Propositum » de Domingo en nuestros diferentes contextos sociales, culturales y eclesiales, es la de prestar atención al hecho de que el mundo, por una parte, y nuestra vocación (nuestro « envío»), por la otra, están constantemente « obrando», en un proceso de generación de sí mismos. En cierto modo, queremos también decir que nuestra identidad de predicadores se convertirá en lo que es llamada a ser, siempre y cuando esté atenta a la evolución del mundo. Por esta razón, durante el Congreso se insistió mucho en las necesidades de una « formación permanente» que debe ser un elemento fundamental en la vida de las comunidades y de la predicación. Esta atención a la formación permanente debería ser nuestra forma privilegiada de ejercer mutuamente la vigilancia para promover la vocación de todos. Al final de este Jubileo, podríamos transmitir todas las necesidades de formación identificadas a nuestras instituciones, pidiéndoles que organicen, a su medida, unos momentos, unos lugares, unos tiempos o ciclos de propuestas de formación conjunta. Por ejemplo, las Instituciones de enseñanza y de investigación que dependen directamente del Maestro de la Orden serán llamadas a ser, en base a la propia misión principal respectiva, lugares de formación para la familia dominicana donde podríamos tomar los medios y el tiempo de comprender lo que hace que este mundo « en crisis» sea un mundo en vía de nacimiento y de generación. Lugares de promoción del compromiso de los hermanos, de las hermanas y de los laicos de la Orden en este trabajo de formación, de puesta en marcha, uniendo el esfuerzo de inteligibilidad del mundo y el de consolidación del ministerio de la predicación a la que estamos “totalmente dedicados”, enviados. Se evidenciaron en particular algunos temas para esta formación permanente: escuelas de predicación (dando una real prioridad a los laicos); conocimiento de la tradición de la Orden en el ámbito de derechos humanos; conocimiento de las religiones y los desafíos de lo interreligioso; ecología; política ciudadana; acompañamiento de las heridas de la memoria; promoción de la vida). Por lo tanto, una dinámica de formación permanente ayudará a entender que nada es fijo, nada es definitivo ni establecido una vez por todas, todo está “en camino”. Como en el Evangelio, es “en el camino” que somos generados para la predicación.

Una « familia», al centro de las comunidades eclesiales
En este camino pensamos que es fundamental aportar nuestra contribución de hermanos y hermanas de la Orden de Predicadores para la construcción de una Iglesia en comunión, empezando por la promoción de comunidad en esta Iglesia. Esta última se encuentra tal vez en una etapa de su historia en la que su construcción y la consolidación de su realidad comunitaria, por la que es comunión de comunidades de fe, deberán priorizar la garantía de un lugar pleno y adecuado para los laicos en la Iglesia. A ellos también, y en primer lugar, el envío para evangelizar se debe proponer como un « camino» para convertirse en creyentes, un camino para construir la Iglesia como comunidad de creyentes. Como tal, la Orden de Predicadores está especialmente llamada a escribir una página nueva de su historia “en pleno centro de la Iglesia” ofreciendo y promoviendo los laicos de la Orden de Predicadores y sus Fraternidades en su lugar pleno y adecuado en la respuesta de la Orden para salir a predicar. Aquí es necesario destacar la promoción de una renovación de la implicación del laicado en la predicación de la Orden a través de las Fraternidades laicas, el Movimiento de la Juventud Dominicana, las iniciativas diversas del Voluntariado Dominicano, las diferentes y enriquecedoras colaboraciones en los proyectos de las Instituciones educativas de la Orden. En esta misma línea, la Orden está llamada a identificar el servicio específico que puede aportar a esta construcción de la Iglesia como comunión de comunidades a partir de su propia tradición comunitaria que puede contribuir a promover la realidad de las comunidades eclesiales en las Iglesias particulares: comunidades internacionales, « escuela de vida cristiana», colaboración entre religiosos/laicos, hermanos/hermanas,… al servicio de la comunión, etc.

En camino de « tradición»
Esto lleva a identificar una quinta perspectiva que se debe privilegiar para construir el futuro: reavivar en nosotros el deseo de la tradición, es decir de la transmisión y de la educación. Se trata aquí de enfatizar la atención que todos debemos prestar a la promoción de las vocaciones para la familia dominicana, una promoción que se debe articular continuamente con la promoción de la vocación de cada uno. Se trata también de enfatizar más ampliamente el papel que la Orden puede desempeñar en la tarea de discernimiento y de promoción de las vocaciones de cada uno y en el desarrollo y consolidación de la complementariedad de todas las vocaciones que en su diversidad conforman la Iglesia. Una vez más, la Orden de Domingo debe sin duda buscar como brindarle a la Iglesia el legado de su propia tradición al centro de la cual se afirma una convicción con respecto a la pedagogía del Evangelio: la proclamación de la buena nueva del Reino es el camino para ser creyentes. Aquí, se debe prestar una atención especial a los proyectos educativos llevados a cabo por los hermanos, hermanas y laicos de la Orden. ¿Cómo fomentar colaboraciones o proyectos conjuntos que permitan superar la simple preocupación del mantenimiento de las instituciones? ¿Cómo atribuirles a nuestros lugares universitarios una especificidad « dominicana» y establecer un lazo vivo entre todas esas instituciones? ¿Cómo contribuir para fortalecer en todas las formas posibles esta convicción que el mundo crece cuando transmite sus conocimientos y sus culturas, sus valores y su capacidad de inteligencia critica, sus tradiciones y su historia, su búsqueda de sentido y su fe?

Proceso de Salamanca: ¿no somos todos humanos?
Quisiéramos que este camino, con la Iglesia, en el mundo, contribuyera a transformar el mundo y a menudo hemos destacado cómo el proceso llamado « de Salamanca» (cf. el Congreso « Dominicos y Derechos Humanos»), poniendo en dialogo la reflexión teológica y la experiencia de la predicación en aquellos lugares donde lo humano está en peligro, daba todo su peso al papel de la palabra predicada en la transformación del mundo y esto debía ser prioritario en nuestro servicio a la Palabra. Nos referimos aquí a una transformación del mundo, no guiada por una ideología, sino por el amor y el deseo de estar presentes y solidarios en esos lugares del otro lado del mundo donde se encuentra Aquel que nos enseña la alegría de la vida dada, cuyas huellas quisiéramos seguir. Esta preocupación por la transformación del mundo debe permanecer al centro de la vocación de los Predicadores puesto que es una « dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio» (Justitia in mundo, 1971, nº 7). En este ámbito, la presencia de la Orden en diferentes instituciones internacionales y ONG y especialmente la Delegación permanente de la Orden en la ONU en sus diferentes sedes, representan oportunidades para desarrollar, a partir de las experiencias vividas en el terreno, reflexiones realizadas en dialogo con las víctimas, prueba de una comunión fraterna que se afirma como signo de contradicción frente a las lógicas de fracturas y de divisiones. Entrar en dialogo con las Naciones y, en el contexto actual, traducir la intuición que fue la de la Escuela de Salamanca y de Francisco de Vitoria. Esta intuición fundamental debe ser incesantemente fortalecida, siendo también una oportunidad de colaboración en la investigación teológica y de predicación entre todos nosotros.

Prioridades para las colaboraciones
La última línea prioritaria es una insistencia en la importancia imprescindible de la colaboración mediante la cual la Orden en sus diferentes ramas se volverá una « familia de la predicación», memoria narrativa al centro de la Iglesia, llevando la Iglesia a convertirse en lo que es « proclamando la buena nueva del Reino de Dios». Cada rama de esta familia ya tiene sus propias formas de promover la colaboración entre sus miembros. En muchos lugares también podemos alegrarnos de hermosas iniciativas de predicación a través de las colaboraciones entre los miembros de la Orden. En esta perspectiva de colaboración, las redes de trabajo e investigación apostólica iniciadas en Atrium son llamadas a fortalecerse y a establecer los lazos necesarios con el conjunto de la Orden. Además, el Congreso para la misión de la Orden en el futuro permite también identificar cuatro áreas que deberían representar una prioridad en la puesta en marcha de colaboraciones nuevas y sólidas entre nosotros:

– El mundo de los jóvenes, y en particular mientras se prepara el próximo sínodo de obispos sobre el tema « Los jóvenes, transmisión de fe y discernimiento de vocaciones» de manera que, en el nombre de la pedagogía de la predicación o de la predicación como pedagogía, se les dé un lugar y una palabra al centro de la Iglesia y de la Orden;
– la cultura digital, de manera que el cuerpo y la palabra estén presentes, escuchando en este nuevo continente la llamada a contextualizar en el mismo la proclamación de la promesa de alianza que se cumple en el misterio de la Encarnación, fundamento de la comunión fraterna de la que el mundo es capaz;
– las migraciones, de las que y a las que vamos para dar el testimonio de la promesa de una comunión que transforma el mundo no permitiendo que se definan « desde arriba» los criterios de coexistencia de diversidades, sino uniéndonos a la realidad de una comunión ya establecida por la venida del « Muy bajo» hasta el revés del mundo y desarrollando con los refugiados una solidaridad a partir de la que se anuncie, siempre y más, el cumplimiento de esta promesa de un mundo dado a los hombres en responsabilidad y llamado a ser un mundo acogedor para todos y sostenible por todos.;
– el estudio: colaborar sin descanso para estudiar y estudiar aún, con el propósito del dialogo y de la investigación teológica, prestando atención a los mundos contemporáneos (algunos temas de estudio fueron especialmente enfatizados: ¿qué renovación de una « teología de la misión» hoy? ; ¿análisis del peso de los colonialismos y del imperialismo ideológico occidental sobre la misión de evangelización? ; teología del dialogo intercultural e interreligioso; enfoque teológico del pluralismo; reflexión teológica sobre la relación con la verdad; mayor inteligibilidad de las violencias contemporáneas; reflexión sobre lo político y la forma de educar el opresor, de curar las heridas y las memorias, de levantar el hombre caído, el lugar de las víctimas en la reflexión teológica). En la tradición de la Orden, el estudio, así llevado a cabo juntos, constituye comunidades con el propósito de establecer comunidades en las que el trabajo de vigilancia mutua del corazón y de la razón hunda sus raíces en la contemplación y conduzca hacia la predicación. Comunidades, para predicar.

Hace ochocientos años Domingo recibía la confirmación de la Orden de Predicadores. Una confirmación que se nos ha transmitido a lo largo de los siglos y encomendada para que, por nuestra parte, confirmemos esta misma alegría de ser llamados, en el corazón de la Iglesia, una familia por la predicación…
“Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis” (Mt 28,7)
“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes”. (Mt 28,19)

Feliz Pascua de Resurrección.

Vuestro hermano:

Fr. Bruno Cadoré, O.P.
Maestro de la Orden

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