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Conmemoración de un Holocausto – EL SALVADOR

RECORDAR ES EL INICIO DE LA REDENCIÓN  Recordamos a nuestras hermanas Ita, Maura, Dorothy y Jean, como mártires – mujeres que fueron asesinadas por tener valores evangélicos, cuyo total acto de autoentrega sacó a la luz las atrocidades cometidas en El Salvador. La muerte de estas 4 mujeres, los jesuitas, Oscar Romero y de las otras 76 mil personas (muchas de las cuales fueron desaparecidas y cuyas tumbas nunca han sido encontradas) siguen recordándonos que hay que “re-cordarles”.  

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"RECORDAR ES EL INICIO HACIA LA REDENCIÓN"

(Conmemoración de un Holocausto)

"Recordamos a nuestras Hermanas, nuestras amigas, como mártires – mujeres que fueron asesinadas por tener valores evangélicos, cuyo total acto de auto-entrega, sacó a la luz las atrocidades cometidas en El Salvador, y cuyas muertes – se espera – ayudaron a impedir las muertes de otros hombres, mujeres y niños salvadoreños. Recordamos a nuestras hermanas como personas sencillas que Dios usó para realizar cosas extraordinarias. Las recordamos como mujeres de iglesia – con sus propias personalidades, sus propios dones, cuyas familias y amigos aún lamentan profundamente su muerte. Durante este tiempo de conmemoración contemplamos las vidas de Ita, Maura, Dorothy y Jean, y buscamos la forma en que podemos trabajar hoy en miras a un mundo más justo y humano. Creemos que su ejemplo inspirará y desafiará por siempre las futuras generaciones"

(Declaración de las Hermanas Maryknoll de St. Domingo en el 20° aniversario de su martirio en el año 2000).

 

El 20° aniversario, organizado por las Hermanas de Maryknoll y las Hermanas Ursulinas, fue una conmemoración no sólo de estas cuatro mujeres, sino de todos los mártires salvadoreños – Oscar Romero (24 de Marzo, 1980), los seis jesuitas, su ama de llaves, y la hija de ésta (16 de Noviembre, 1989) y de manera más significativa, a los más de 76,000 catequistas, maestros, campesinos, trabajadores, periodistas, refugiados y personal médico, asesinados durante aquellos años de régimen militar (la mayoría gente anónima).

La misa en la Catedral el 2 de diciembre del 2000 estaba colmada de mujeres religiosas norteamericanas y delegaciones internacionales de solidaridad provenientes de Estados Unidos y de Latinoamérica.

Quienes estábamos presentes escuchamos los testimonios de campesinos que las conocían y trabajaban con ellas, de familias y congregaciones religiosas que reflexionaron sobre su creciente comprensión del significado amplio de lo sucedido en 1980, junta con su continua búsqueda de la verdad. Escuchamos a Nancy Sylvester, de la Conferencia de Liderazgo de Hermanas Religiosas de los Estados Unidos, que habló de los asesinatos como un catalizador, tanto para la Iglesia norteamericana como para las religiosas norteamericanas y sus esfuerzos de cuestionar críticamente la política norteamericana en América Central.

El nacimiento de la Colectiva Religiosa para América Central, el esfuerzo por cerrar la Escuela de las Américas, y tantos otros movimientos de solidaridad internacional para con los pobres de Latinoamérica, encuentran sus raíces en los eventos ocurridos en El Salvador en 1980.

Lo que sigue es una recopilación de materiales tomados de los siguientes libros: The Same Fate As The Poor, de Judith Noone, MM, Witnesses to the Kingdom, de Jon Sobrino, SJ, un artículo de Martin Maier, S. J. en Sal Terrae (octubre 2004) titulado "Teología del Martirio en Latinoamérica" y un folleto de Judith Noone, MM y Cynthia Glavac, OSU: Compañeras en el Camino – Mártires de El Salvador.

Yo quisiera hablar de las cuatro mujeres en términos de fidelidad a la amistad, oración y comunidad, itinerancia intencional, y finalmente, misión y martirio. Maura Clark e Ita Ford eran Hermanas de Maryknoll de Santo Domingo, y los cuatro pilares de la Espiritualidad Dominicana se vislumbran claramente en sus vidas: predicación, estudio, comunidad y misión. Lo mismo se puede decir de las vidas de Dorothy Kozel y Jean Donovan.

AMISTAD/ORACIÓN/COMUNIDAD:

Las vidas de estas mujeres eran al mismo tiempo ordinarias y extraordinarias. Eran misioneras – tres de ellas pertenecientes a congregaciones religiosas, y la cuarta una voluntaria laica. Sus experiencias de vida les habían enseñado a estar abiertas a nuevas experiencias y a estar donde las necesidades eran mayores, donde lo desconocido era lo normal, y donde la violencia era generalizada.

La decisión de Ita Ford y Maura Clarke de irse de un país (Ita de Chile y Maura de Nicaragua) a El Salvador unos meses antes se sus muertes, fue el resultado de muchos años de oración y vida religiosa, aprendiendo a leer los signos de los tiempos como parte de la misión. Su educación y formación las prepararon a ser estudiantes y maestras. Las necesidades de las hermanas que vivían en medio de la guerra civil de El Salvador, sirvieron de llamado para dar un paso más en el Camino hacia la Cruz. Sus hermanas en El Salvador necesitaban de su presencia.

La decisión de Jean y Dorothy de dejar los Estados Unidos e ir en misión a El Salvador fue fruto de la oración, la reflexión, y el deseo de ayudar a los pobres, siendo una presencia misionera de parte de su diócesis en El Salvador. Entraron fácilmente en dicho mundo – acompañando, dialogando y celebrando con los pobres.

Cuando uno lee las historias de estas cuatro mujeres es obvio que la amistad jugó un papel importante en sus vidas como misioneras. Ita Ford y su gran amiga Carla (Carla Piette – una quinta religiosa de Maryknoll, que también optó por ir a El Salvador, sólo para morir unos meses después en un trágico accidente al intentar atravesar en carro un río desbordado por las lluvias), habían trabajado juntas en Chile antes de llegar a El Salvador – justo en los días en que murió Mons. Oscar Romero en 1980. Personas cercanas describen a las dos como opuestas, aunque a la vez parecidas – una extrovertida y la otra reservada. Pero:

"Lo que compartían más profundamente era una seriedad respecto a la vida, la cual incluía el humor y también sentía el dolor – una seriedad impaciente con todo aquello que no fuera la verdad o que fuera contrario al Reino de Dios. Algunos dicen que era una amistad algo parecida a la de David y Jonatán…El extraordinario don de amistad que tenía Ita era fruto de su escucha atenta ante la vida, su sensibilidad ante situaciones y ánimos distintos, su necesidad de entender y su cautela en el momento de juzgar, su capacidad de aceptar a las personas tal cual y respetar lo que decían."

El 23 de agosto de 1980, fue Carla quien empujó a Ita por la ventana del jeep volcado cuando el río se le llevó, sacrificando su propia vida en el intento de salvar la vida de su amiga. En el entierro, Ita escogió el texto que habla de que no hay amor más grande que dar la vida por el/la amigo/a. Maura Clarke llegó entonces para acompañar a Ita en la misión, y dentro de pocos meses la misma comunidad misionera que empezó con la muerte de una amiga, terminó con la muerte de otras dos misioneras y amigas.

Mientras que Ita estaba aún en Chile, había comenzado a pasar algunos días y fines de semana en oración. Una amiga que se encontraba con Ita y Carla en esos días, comentó luego sobre el tiempo que compartieron las tres juntas: "…Hablábamos de toda clase de cosas – de la vida y del amor, especialmente de Dios y la experiencia de oración en Chile. Al fin de la tarde empecé a creer que éstas eran realmente seres humanos con las que me podía identificar." Ita, para quien el relato del alfarero en el Libro de Jeremías era siempre un favorito, "estaba constantemente luchando con su Dios, quien estaba en control de las cosas, por más absurdas que fueran, deseando que Dios fuera menos discreto con el futuro."

Pero fue en Nueva York, después de la experiencia de Chile y antes de irse para El Salvador, que Ita comenzó a sentirse movida por el Espíritu. "De repente estaba inundada con ese tipo de alegría y amor que sólo se da como don. Desde ese momento, empezó a experimentar la verdadera oración contemplativa, acompañada por la paz, el amor y la alegría."

Por medio de la amistad y la experiencia comunitaria las hermanas lograron sobrevivir las tensiones constantes con las autoridades del gobierno, la incesante presencia militar. Fue la misión compartida, construida sobre la base de la oración y la comunidad, que les permitió acompañar a un pueblo reprimido, perseguido e intimidado. La oración fue siempre una prioridad.

Maura, mientras estaba en Nicaragua, siempre apartaba un par de días para la oración y el silencio previo a los encuentros anuales. Como era costumbre en Maryknoll, se le podía pedir a una hermana volver a los Estados Unidos cada diez años para prestar un servicio a la congregación. Cuando Maura volvió a los Estados Unidos, llevó consigo la situación de Nicaragua:

"Entré en un período de tristeza y profunda soledad y lloré – por mi separación de la gente que tanto amo, las Hermanas, los Padres, todos. He visto a gente torturada que, como Cristo, lucha por la justicia, y me imaginaba a los gobernantes y militares como los sumos sacerdotes. Veía a los pobres – Ricardo, Asunción, Dionisio – como Jesús torturado."

Jean Donovan era misionera laica de la Diócesis de Cleveland, con una maestría en Administración de Empresas. Buscaba algo más en su vida y se juntó con el grupo misionero de la Diócesis de Cleveland en 1979. Ella dijo en ese tiempo, "Quiero acercarme a Dios y no conozco otra manera de hacerlo." Había estado anteriormente en Irlanda como estudiante de intercambio donde conoció por primera vez el mundo de los pobres.

Fue esa experiencia la que terminó cuestionando sus propios valores. Llegó a El Salvador justo cuando la represión se estaba intensificando y la Iglesia se convertía en blanco de sospecha. Ella fue destinada como administradora en la oficina de Cáritas y ayudó a Dorothy Kozel a distribuir alimentos a los pobres y refugiados. Su madre comentó, "Jean tomaba muy en serio su compromiso con los pobres, motivada por San Francisco de Asís y por Mons. Romero. Estaba especialmente comprometida con los niños."

Jean era una conocida seguidora de Oscar Romero; frecuentaba la catedral los domingos para escuchar sus homilías. Después de su asesinato, Jean y Dorothy estaban presentes entre los que pasaron la noche en vigilia, cerca del ataúd. Estaban también presentes dentro de la catedral cuando la misa del funeral fue interrumpida por disparos y bombas, terminando en una estampida. La masacre dejó a 44 personas muertas. Jean pensó que ella misma iba a morir ese día.

Dorothy Kozel era miembro de las Hermanas Ursulinas de Cleveland y maestra durante varios años. Se ofreció para ir de voluntaria a El Salvador en 1967. "Siempre he sido una persona inquieta, en busca de lo nuevo". Su pedido fue negado, pero empezó a servir a los pobres y marginados allí donde trabajaba, hasta que en 1974 – cuando se ofreció de nuevo, fue aceptada. Lo que empezó como asistencia a los pobres, repartiendo alimentos, pronto se convirtió en ayuda a refugiados en medio de una Guerra Civil.

Para octubre del 1980, con la situación de peligro en aumento, los miembros del equipo de la misión de Cleveland fueron consultados sobre si se quedaban o salían del país. Dorothy escribió:

"Hemos conversado mucho hoy sobre lo que podría suceder. La mayoría de nosotros piensa quedarse. Yo pensé que debía decírtelo a ti, pero a nadie más, porque no creo que los demás lo puedan comprender. Quiero que sepas lo que pienso y que lo guardes en tu corazón. Si llega el día en que otros necesiten entenderlo, por favor explíquenselo"

MISIÓN Y MARTIRIO:

En medio a la violencia y la falta de un estado de derecho en Salvador, lo cual se empeoró después de la muerte de Mons. Romero, Ita pudo decir:

"…Sé que es correcto estar aquí. Descubrir nuestros dones y usarlos en esta situación, creer que hemos recibido estos dones para este El Salvador ahora, y que las respuestas a las mucha preguntas vendrán cuando sea necesario, caminar con fe día a día con los salvadoreños por un camino lleno de obstáculos, desvíos y a veces derrumbes – todo esto parece ser el significado de nuestra estancia en El Salvador. Es un privilegio ser parte de una iglesia de mártires, gente de fe comprometida y fuerte."

Maura Clarke llegó a El Salvador en agosto de 1980. Había estado en Nicaragua pero sintió la necesidad de ayudar a la pequeña comunidad de El Salvador. Maura e Ita estaban convencidas de que estaban donde tenían que estar, y eso les daba paz. "Seguimos dando lo que podemos aquí, porque la vida es amenazada por males mucho peores que la muerte – el odio, la manipulación, la venganza y el egoísmo." Querían que vinieran más hermanas pero también discutían si las que vendrían "estarían dispuestas a morir."El 2 de Diciembre, Dorothy y Jean fueron a buscar a Ita y Maura al aeropuerto. Fueron capturadas por cinco miembros de la Guardia Nacional, y poco después, violadas y asesinadas. Unos días antes de su muerte, Dorothy había escrito:

"Si miramos a este país, El Salvador, descubrimos un país torcido por la tristeza, un país que cada día se enfrenta con la pérdida de mucha gente pero que al mismo tiempo es un país que espera y desea la paz. Una fe inextinguible y el coraje de los líderes nuestros que siguen y proclaman la Palabra de Dios – aún cuando eso signifique entregar la propia vida – es siempre un punto de admiración y de entendimiento que sigue vivo; Jesús está aquí con nosotros. Si tenemos ese sentido de esperanza y ese deseo, la construcción del Reino de Dios se dará, porque ¡ya la podemos celebrar desde ahora!"

Había muchos que intentaron persuadir a Jean a que se fuera de El Salvador, pero ella dijo: "Aquí no matan a norteamericanos." Ella y Dorothy, amigas de misión, eran muy visibles, ayudando a las personas que vivían en peligro, llevando comida a lugares que, para otros, eran inaccesibles. Jean se decía en sus oraciones, "Creo que el sufrimiento que uno lleva es quizás el modo que Dios emplea para llevarnos al desierto, preparándonos para encontrarnos con El y amarlo plenamente."

Jean, siendo a la vez realista, veía la conexión entre las políticas de la nueva administración republicana en Washington (Ronald Reagan) y la violencia en El Salvador. Dos semanas antes de su muerte, escribió a una amiga:

"He decidido más de una vez dejar El Salvador, y podría hacerlo si no fuera por los niños, las víctimas pobres, heridas por esta locura. ¿Quién los va a socorrer? ¿Qué corazón puede optar por lo ‘razonable’ en medio de este mar de lágrimas e impotencia? Yo no, amiga mía."

Jon Sobrino pregunta:

"¿Por qué son ellos (los mártires) un reto para la Iglesia? – ¿simplemente porque son tantos? Son los que han vivido la causa de Jesús y han muerto por ella, los que han sido masacrados porque sus muertes eran necesarias…de hecho, ellos son los "siervos sufrientes de Yahvé" que cargan hoy con los pecados del mundo. Son Cristo Crucificado."

Sobrino describe a los mártires de América Latina como "jesuánicos." Es decir, ellos no murieron según la categoría tradicional de "mártir" – uno que muere voluntariamente por la fe. La muerte de los mártires latinoamericanos no es sólo una muerte por Cristo sino una muerte como la de Jesús – mártires que murieron por las víctimas inocentes de políticas gubernamentales injustas. Es en este contexto que Sobrino habla de las cuatro mujeres:

 

El Cristo asesinado está aquí personificado en cuatro mujeres:

"Haciéndose una con el arquetípico de la mujer salvadoreña, estas cuatro hermanas se unieron con todo el pueblo salvadoreño…La mujer es creadora del coraje que no abandona nunca a los que sufren, igual como estas cuatro no abandonaron a su pueblo cuando vieron el peligro."

 

El Cristo asesinado está aquí personificado en estas cuatro mujeres religiosas :

"Estos cuatro cuerpos muertos nos demuestran lo que significa vivir una vida de consagración a Dios…mujeres religiosas que hoy llegan donde otros no pueden o no se atreven a ir. Se han acercado a los pobres de los barrios obreros, de forma especial a los campesinos pobres. Hoy en día, la consagración a Dios significa servicio y dedicación a los pobres."

[Estas] mujeres religiosas han ejercitado su carisma profético, el cual es una parte íntegra de la vida religiosa…denunciaron el pecado que engendra muerte y que quiere acabar con el pueblo salvadoreño. Por eso han sufrido el destino de los profetas, compartiendo así la misma suerte del pueblo – el martirio."

El Cristo asesinado está presente entre nosotros en estas cuatro norteamericanas :

"Estas cuatro mujeres nos han dado lo mejor que los Estados Unidos tiene que ofrecer: la fe en Jesús en vez de la fe en el dólar todopoderoso; el amor por las personas en lugar del amor por un plan imperialista; la sed de la justicia en vez de la lujuria por la explotación. Por medio de estas cuatro [Norte] Americanas, Cristo, a pesar de ser de una tierra lejana, no era un extraño a El Salvador. Era salvadoreño cien por ciento. En estas cuatro mujeres, las iglesias de El Salvador y de los Estados Unidos se volvieron Iglesias hermanas…El Salvador les regaló a estas mujeres nuevos ojos, y ellas contemplaron el cuerpo crucificado de Cristo en nuestro pueblo. El Salvador les dio a estas cuatro mujeres nuevas manos y ellas curaron las heridas de Cristo en la gente de nuestra tierra. Los Estados Unidos de América nos dieron cuatro mujeres que dejaron su tierra para dar. Y lo dieron todo, en total sencillez. Ellas dieron la vida misma."

Para los pobres, la muerte siempre está cerca. Pero cuando uno puede empezar a ponerles nombres a los que han muerto, aquellos que fueron intencionalmente asesinados por escuadrones de muerte gubernamentales, algo más sucede. Estas son personas cuyas muertes pueden hablar, cuyas muertes dan voz a esas masas sin voz. Las muertes de las cuatro mujeres de iglesia hicieron justamente eso porque sus muertes cuestionaron la política de los Estados Unidos en Centroamérica. Sus muertes también nos ofrecen una visión de alternativas contra la violencia, la posibilidad de encontrar en la solidaridad y el amor una alternativa al odio y a la división. Jon Sobrino dijo que, "Sólo una Iglesia que se mantiene fiel a la herencia de los mártires tendrá credibilidad entre los pobres y aquellos que se preocupan por ellos…Sólo una Iglesia martirial es capaz de hablar el nombre de Dios con credibilidad."

Jon Sobrino agrega "…el hecho de que los mártires, ahora resucitados, triunfantes sobre la negatividad y la muerte, ahora nos invitan a vivir como Iglesia resucitada en la historia." Sobrino también hace referencia al desafío/invitación hecha a la Iglesia para que se deje conmover por la gracia de los mártires, para así vivir como la Iglesia resucitada en la historia. Una Iglesia de esperanza ya está viviendo la resurrección. Los mártires, que expresan {el horror] de la muerte, pueden ser la prueba más fuerte para la esperanza, así también como su mayor fuente, ya que expresan con claridad lo que es morir por el amor. En realidad, así es como nació la Iglesia; la esperanza no murió con la muerte de Jesús, sino que surgió una esperanza más plena, aún cuando es todavía una esperanza crucificada."

Las palabras del Memorial del Holocausto vienen a la mente: "El recordar es el inicio de la Redención." Las muertes de estos mártires (Oscar Romero, los Jesuitas, las cuatro mujeres) y de las otras 76,000 personas (muchas de las cuales fueron desaparecidas y cuyas tumbas nunca han sido encontradas) siguen recordándonos que hay que "re-cordarles" – es decir, devolverles la vida a ellos y devolver la vida a los valores por los que murieron – hoy en nuestra propia Iglesia y nuestras comunidades.

¡Empecemos a re-cordarlos hoy mismo!

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Doris Regan, O.P. – una Hermana Dominica de la Congregación de Santa Maria de las Fuentes (Columbus Ohio, U.S.A.), ha trabajado pastoralmente estos últimos diez años en San Pedro Sula, Honduras. Anteriormente trabajo en Perú con su congregación y también en Bolivia por casi nueve años como Hermana Asociada de Maryknoll.

 

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