ADVIENTO 2008
«Anuncien a todos los pueblos y díganles: Miren, Dios viene, nuestro Salvador». Al inicio de un nuevo ciclo anual, la liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras: «Dios viene». Esta expresión tan sintética contiene una fuerza de sugestión siempre nueva. El color púrpura esperanza es diferente al de cuaresma un tono más de esperanza en medio de esta gozosa conversión; los cantos de espera que tanto necesitamos, tienen mucho que decir a un mundo que parece atrofiar la esperanza.
Dios viene. Detengámonos un momento a reflexionar: no usa el pasado -Dios ha venido- ni el futuro, -Dios vendrá-, sino el presente: «Dios viene». Como podemos comprobar, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo momento «Dios viene». El verbo "venir" se presenta como un verbo "teológico", incluso "teologal", porque dice algo que atañe a la naturaleza misma de Dios. Por tanto, anunciar que «Dios viene» significa anunciar simplemente a Dios mismo, a través de uno de sus rasgos esenciales y característicos: es el Dios-que-viene.
El Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar coherentemente. Resuena como un llamamiento saludable que se repite con el paso de los días, de las semanas, de los meses: Despierta. Recuerda que Dios viene. No ayer, no mañana, sino hoy, ahora. El único verdadero Dios, «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob» no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene.
Es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.
[…] Desde esta perspectiva, el Adviento es un tiempo muy apto para vivirlo en comunión con todos los que esperan en un mundo más justo y más fraterno, y que gracias a Dios son numerosos. En este compromiso por la justicia pueden unirse de algún modo hombres de cualquier nacionalidad y cultura, creyentes y no creyentes, pues todos albergan el mismo anhelo, aunque con motivaciones distintas, de un futuro de justicia y de paz.
[…] Así pues, comencemos este nuevo Adviento -tiempo que nos regala el Señor del tiempo- despertando en nuestros corazones la espera del Dios-que-viene y la esperanza de que su nombre sea santificado, de que venga su reino de justicia y de paz, y de que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo.
En esta espera dejémonos guiar por la Virgen María, Madre del Dios-que-viene, Madre de la esperanza, a quien celebraremos dentro de unos días como Inmaculada. Que ella nos obtenga la gracia de ser santos e inmaculados en el amor cuando tenga lugar la venida de nuestro Señor Jesucristo. Ella, mujer de nuestra humanidad, maestra en las cosas de Dios y maestra en las cosas de la humanidad -tales como la esperanza- nos enseña a volver a esperar y a esperarnos.
Este pequeño tiempo penitencial en la esperanza, nos ayuda a confrontar nuestro propio misterio de encarnación en clave de conversión gozosa, cambiando nuestras impaciencias ya que Dios llega o acontece mientras somos realmente:
" Hubo una vez un hombre que en Carnaval se disfrazó de sí mismo y parecía otro y fue muy feliz, aunque el miércoles de ceniza volvió a ser el de todos los días, es decir, el que los demás querían que fuese".
Nos podemos disfrazar de adviento o de navidad, el tiempo que iniciaremos nos llevará a lo auténtico que debemos creer, ser, vivir y compartir. Sólo esto podrá preparar el buen terreno para la memoria de la encarnación que se renueva en nosotros cada año.