Se dan muchas especulaciones con respecto al cardenal que será elegido sucesor de Benedicto 16. En rigor, cualquier varón bautizado en la Iglesia Católica podría ser candidato.
Aunque haya apuestas en torno a los ‘papables’, y alguien tenga premoniciones, suelen fallar. Una excepción fue precisamente el cardenal Ratzinger, que era el teólogo del papa Juan Pablo 2°, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, decano del colegio cardenalicio y gozaba, en cuanto teólogo, de cierta ascendencia sobre la mayoría de cardenales, y fue elegido pontífice en 2005, a los 78 años.
Hay indicios de que ahora será elegido un cardenal más joven. La Iglesia no puede asumir cónclaves tan seguidos. Mi generación acompañó las elecciones de Juan 23 (1958), Pablo 6° (1963), Juan Pablo I (1978), Juan Pablo 2° y Benedicto 16 (2005).
La elección del polaco Karol Woytila, en 1978, les arrebató a los italianos el monopolio del papado, que duró 456 años. Y fue reiterado por la elección de su sucesor, el alemán Joseph Ratzinger.
De nuevo Italia tratará de recuperar la sede romana. Entre los italianos los nombres más citados son los dos cardenales Gianfranco Ravasi, de 70 años, presidente del Pontificio Consejo de Cultura, y Ángelo Scola, de 71 años, arzobispo de Milán. Ravasi, hombre de la poderosa Curia Romana, es visto como buen teólogo y persona espiritual. Juan Pablo 2° y Benedicto 16 lo escogieron para predicar el retiro anual de Cuaresma. Scola es políglota, vinculado al movimiento Comunión y Liberación y es tenido por conservador.
¿Podría el futuro papa ser un no europeo? Europa estará presente en la Capilla Sixtina con 60 cardenales. Y bastarán 77 votos para elegir al nuevo pontífice. Sería una sorpresa grande la elección de un papa no europeo. Por desgracia la Iglesia Católica todavía es demasiado eurocéntrica. Hay incluso entre los europeos quien mira a los demás continentes como sucursales. Continúan los resabios de siglos de colonialismo.
Si Benedicto 16 fue un papa de transición, su sucesor tendrá que habérselas con la difícil misión de poner a la Iglesia al ritmo de la posmodernidad. Un cardenal conservador seguiría los pasos de Benedicto 16 y mantendría la barca de Pedro al margen de los tiempos actuales.
¿Cuáles son los mayores desafíos que deberán ser enfrentados por el nuevo papa? Primero implementar las decisiones del concilio Vaticano I, celebrado hace ya 50 años. Eso significa remover la estructura piramidal de la Iglesia, flexibilizar el absolutismo papal, instaurar un gobierno colegiado. Sería saludable que el Vaticano dejara de ser un Estado y el papa jefe de Estado, y que fueran suprimidas las nunciaturas, representantes diplomáticas del Vaticano. La Santa Sede debe confiar más en las conferencias episcopales, que representan a los obispos de cada país.
Otro desafío es terminar con el tabú en materia de moral sexual. Aún ahora está prohibido discutir ese tema al interior de la Iglesia. Hablando con rigor, a los católicos les está prohibido mantener relaciones sexuales que no tengan la intención de procrear; contraer segundas nupcias después de un divorcio; usar preservativos; admitir el aborto en ciertas circunstancias; aprobar la unión de homosexuales; defender el cese del celibato obligatorio para el clero; y el acceso de las mujeres al sacerdocio.
Resultado de todo esto: la doble moral. Una es la de la doctrina oficial; y otra la practicada por los fieles. Y los escándalos de pedofilia como reflejo de la supuesta coincidencia entre vocación al sacerdocio y vocación al celibato. En la Iglesia primitiva la distinción era nítida. Y en el evangelio de Marcos, en el capítulo primero, consta que Jesús curó a la suegra de Pedro, de donde se deduce que Pedro tenía esposa… lo que no fue óbice para ser escogido como cabeza de la Iglesia.
Un tercer desafío es la relación de la fe con la ciencia. Benedicto 16 rehabilitó a Teilhard de Chardin (1881-1955), sacerdote jesuita y renombrado científico, vetado durante toda su vida de publicar ningún libro. Y Juan Pablo 2° pidió perdón, en nombre de la Iglesia, por haber condenado ésta a Galileo y a Darwin, abandonando la teoría creacionista sostenida por la doctrina católica y admitiendo el evolucionismo.
Pero falta por profundizar en las filas católicas el debate sobre el uso de células troncos, la nanotecnología, la fertilización de embriones y otros temas concernientes a la biotecnología y a la bioética. La ciencia se emancipó de la religión y corre el peligro de abandonar los parámetros éticos, en el caso de que los potenciales proveedores de dichos parámetros se divorcien de ella.
El cuarto desafío son los diálogos ecuménicos, entre las diversas iglesias cristianas, y el interreligioso, de la Iglesia Católica con las denominaciones religiosas no cristianas. Para el ecumenismo Roma debe admitir que su obispo es pastor universal de los católicos pero no de los cristianos. Y si el obispo de Roma sirve de referencia para la fe de los católicos, no debiera exceder su autoridad directa sobre las iglesias extendidas por todo el mundo.
En cuanto al diálogo interreligioso, es importante abrirse al mundo musulmán, abandonando prejuicios que lo identifican con el fundamentalismo. La teología de la Iglesia debe mucho a los islamistas como Averroes y Avicena, que abrieron la puerta para el conocimiento de Aristóteles, cuya filosofía respalda al tomismo. Añádase también la importancia del diálogo con el budismo y el ateísmo.
Ser papa es un honor. Pero también una cruz, muy bien expresada en el mejor y más evangélico de los títulos del romano pontífice: siervo de los siervos de Dios.