Vicente Niño Orti, OP, es fraile dominico argentino, Licenciado en Derecho y en Teología, y nos comparte su columna sobre el Jubileo Dominicano.
Me van a permitir que esta semana mi columna sea algo “autoreferencial”, y que por una vez dejemos de lado algo de los líos catalanes, las noticias más mediáticas de la Iglesia, las opiniones sobre usos y abusos de nuestros políticos, sobre las catástrofes sociales que el modelo económico dominante nos genera o la política internacional, para contarles algo que me toca de lleno.
Y es que este mismo fin de semana, 7 y 8 de noviembre, comienza para la Orden de Predicadores –los dominicos- la orden religiosa a la que pertenezco, los actos de conmemoración del octavo centenario de su existencia, un Jubileo de 800 años que se prolongará hasta el comienzo de 2017, y que rememora cómo en 1216, el entonces Papa Honorio III, aprobó la existencia de una pequeña orden religiosa que nacía para la misión de la Predicación del evangelio de Jesucristo.
Nacida en el sur de Francia, gestada por un sacerdote español y castellano de la nobleza medieval, Domingo de Guzmán, supuso un apoyo para el intento de reforma de la Iglesia que entonces se estaba llevando a cabo -esa es la historia de los seguidores de Jesús, un constante intento de conversión al evangelio entre las mareas del mundo-, tratando de ir a uno de los problemas centrales religiosos de la época: que nadie predicaba a las gentes el mensaje de esperanza, amor y positividad del evangelio.
Santo Domingo de Guzmán ideó una institución que se dedicara a la tarea de la Predicación, y para prepararla de la manera más seria posible, organizó que sus frailes vivieran en comunidad para poder compartir vida, criterios y opiniones en pluralidad y corresponsabilidad –la Orden de Predicadores es de las únicas instituciones eclesiales que tiene una forma de gobierno democrática, con elección de sus superiores de abajo hacia arriba, y con tiempo limitado en el ejercicio de sus responsabilidades-; que dedicaran sus esfuerzos al estudio, con lo que de diálogo con corrientes distintas significa, viviendo en la búsqueda de la verdad para poder compartirla con otros, y para que su predicación fuese de veras humana, con sentido y contenido; desde la experiencia de la oración y la contemplación, como fuente de la que mana toda la raigambre y la urdimbre de los religiosos, una experiencia de Dios cuidada y crecida en la mirada del mundo y en el silencio que humaniza y cultiva una mirada diferente, honda, realista, esperanzada, creyente de cuanto sucede.
Además quiso que esas claves –la Predicación, la comunidad, el estudio y la contemplación- se viviesen desde la Pobreza evangélica que quiere mostrar la coherencia al mundo del mensaje del evangelio; que fuesen siempre desde una visión compasiva que cuida y se preocupa especialmente de quienes más sufren, de quienes peor parte llevan en la historia del mundo; y que fuese profundamente positiva, de la “gracia” en términos teológicos, no de condena, denuncia y miedo, sino de la belleza de cuanto existe, de la bondad de la creación, de la maravilla de la realidad.
Obviamente en 800 años de vida, no todo han sido luces, y demasiadas veces hemos estado muy alejados del ideal y de los proyectos y sueños de santo Domingo de Guzmán. Así, junto a tiempos brillantes y figuras de auténtica riqueza y cercanía al proyecto, de verdadera significatividad evangélica y capacidad de encarnar el proyecto de la Orden de Predicadores –ahí está santo Tomás de Aquino, san Alberto Magno, san Raimundo de Peñafort, los tres patronos de los estudios universitarios que hicieron del diálogo con los saberes su manera de predicación; ahí está santa Catalina de Siena, la mujer que más fuerza ha tenido en la Iglesia católica en su historia, consejera y conciencia del mismo papa en el siglo XIV, o nuestro san Álvaro de Córdoba el de santo Domingo de Scala Coeli, que trajo sus intuiciones a España; ahí está Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Tomás de Mercado que en el siglo XVI crearon la escuela de Salamanca que alumbró el Derecho Internacional y el origen de los Derechos Humanos; ahí Pedro de Córdoba, Antón de Montesinos y Bartolomé de las Casas, los primeros defensores de los indios tras el Descubrimiento de América, y de sus derechos enfrentándose a las injusticias de un imperio; ahí san Martín de Porres, san Juan Macías, santa Rosa de Lima, que entregaron su vida a los más desfavorecidos del nuevo continente; ahí Dominique Pire, premio Nobel de la paz, por su trabajo con los refugiados y desplazados tras la segunda guerra mundial; ahí Congar, Chenu y Schillebeeckxs, grandes teólogos que prepararon el Concilio Vaticano II y lo desarrollaron en sus intuiciones más ricas-, junto a todos los brillos, ha habido muchas sombras también: el vínculo con el poder, la Inquisición, el clasismo social, la perdida de tensión religiosa, momentos de vida licenciosa…
Desde el principio la Orden de Predicadores nació como familia, con mujeres y hombres, frailes y monjas, y también seglares laicos, con sus familias y sus ocupaciones, que se unieron al proyecto de la Predicación, y una predicación que cobra tantas formas como se pueda imaginar: oral, escrita, ejemplar, artística -ha habido en la Orden pintores como Fra Angelico o Maino, arquitectos, músicos, escultores, cineastas, poetas, escritores…-, social -los primeros curas obreros fueron dominicos-, política, académica en universidades –las primeras universidades de América fueron creadas por los dominicos- o en colegios… todo lo que sea con tal de poder decirle al mundo que con Dios se vive mejor…
800 años dan para mucho, y no sólo de historia vivimos. Hoy la Orden la forman en torno a los 6.000 frailes, 2.200 monjas contemplativas de clausura, 23.000 hermanas de vida apostólica y unos 160.000 laicos que viven la misión y el carisma de la Predicación, en tantos lugares y labores como hemos hecho a lo largo de la historia: universidades, colegios, parroquias, centros sociales, lugares de frontera y de misión, en este mundo digital, entre los marginados y desfavorecidos, en el mundo del arte y la cultura, en el activismo social, en el mundo de la política, en el contacto con toda la gente que busca algo de sentido en nuestro mundo.
Vivimos los dominicos este Jubileo de 800 años como una ocasión no sólo para recordar lo buenos que fuimos o que somos, sino sobre todo como la oportunidad de un nuevo comienzo, de un nuevo envío, como la oportunidad de renovar nuestra vida y nuestra misión, lo que somos y lo que queremos ser, para seguir llevando al mundo la noticia extraordinaria de que con Dios se vive mejor.
Fuente: cordopolis.es