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Despidiendo a nuestra hermana Marta

Despidiendo a nuestra hermana MartaLa imagen de la parábola del evangelio de la semilla pequeña que se convierte en un árbol frondoso que da cobijo a muchos, bien puede aplicarse a la Madre Marta Campi, quien supo ser en su vida un espacio de sostén y cuidado para tantas personas.

Entre ayer y hoy hemos escuchado y compartido tantos testimonios de la profunda huella que la hermana Marta dejó en quienes tuvimos la dicha de haberla conocido y frecuentado. Estas palabras intentan ser un reflejo de lo escuchado y rememorado en estos días.

A todos nos hacía sentir importantes, no importaba la edad o condición social, prestaba la misma atención a una alumna de nivel primario, una conserje del colegio o a alguien que ejercía una importante función pública. Muchos hemos experimentado que nos sostuvo en momentos de debilidad, crisis o dificultad. Nos sorprendió por su humildad, su sencillez, su trato igualitario, siempre insistía que no quería ser tratada con el título de madre sino simplemente quería ser hermana.

Muchas nos hemos sentimos salvadas a su lado, curadas, y experimentamos que nos formó, nos ayudó a crecer y a superarnos. Con firmeza nos corrigió, pero sobre todo con cariño, con profundo cariño. También con su familia Campi y con la multitud de sobrinos, sobrinos nietos y bisnietos, supo ser un tía presente en cada etapa de sus vidas, dándose tiempo para acompañarlos en cada momento significativo. Sumó a su experiencia de fraternidad a quienes desde hace tiempo nos acompañan en el cuidado de nuestras hermanas mayores, con ellas supo ser madre, hermana y en el último tiempo “hija”.
Admiramos en ella la pureza de su fe, su mirada puesta en Jesucristo, el centro de su vida, sabía fijarse en lo esencial del evangelio sin detenerse en aspectos que la distrajeran del corazón de su fe en Dios.

Amó profundamente el proyecto de vida al que se sintió llamada por Dios, la vida consagrada según el carisma dominicano y en nuestra congregación nos dio el ejemplo de su vida entregada sin mezquindades.

Supo desarrollar un corazón comprensivo, pidiendo a Dios como el rey Salomón: “Concede a tu siervo un corazón comprensivo, enséname a escuchar para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal” (1º Reyes, 3,9). Este corazón comprensivo le permitió orientarse en el mundo, y por ello fue siempre “contemporánea” del tiempo que le tocó vivir. Supo estar en armonía con cada época, porque buscó dialogar permanentemente con la esencia de cada momento histórico.

Hasta sus 94 años Marta buscó comprender el tiempo presente, descifrar su sentido oculto, sus signos imperceptibles. No quería quedar fuera del tren de la historia y cuando a causa de una enfermedad tuvo dificultad para leer, buscó que le instalaran en su computadora un programa para no videntes y tomaba clases sin cansancio para poder aprender a utilizarlo.

Con ese mismo espíritu apoyó cada iniciativa, cada nuevo proyecto de la Congregación y no temía los cambios, los sabía acompañar con prudencia.

Fue una hermana entre las hermanas, disfrutaba de cada momento: de la oración común, las mesas fraternas, de las tardes con mates compartidos. Era una incansable organizadora de paseos y le fascinaba viajar.

Cuando cumplió 90 años pidió de regalo hacer un viaje a Merlo porque una amiga le había dicho que era un hermoso lugar! Las que tuvimos la dicha de viajar con ella disfrutamos de cada nuevo descubrimiento que hacía.

Amaba profundamente la vida, se entusiasmaba con todo proyecto y sabía disfrutar con cada detalle de la vida cotidiana, no tenía problemas de ponerse a limpiar, preparar los pancitos de anís, el postre de chocolinas, el flan de leche condensada o sus tradicionales “tragos” para las fiestas comunitarias.
También vivió momentos de dificultad en su vida pero como San Pablo, ella expresaba, “Nadie me podrá separar del amor de Cristo”

Se preparó con mucha lucidez y buen humor para su último viaje, leía atentamente un libro titulado “aprendiendo a envejecer” y nos comentaba lo que iba descubriendo cada día, tenía un profundo sentido del humor y cuando ya sentía que sus fuerzas flaqueaban nos preguntaba “hermanas, no tendría que dejar de tomar esa jalea real que me dan?, creo que estoy viviendo demasiado!”.

A fines del año pasado nos decía “ ya estoy lista para partir, me he confesado y estoy en paz….lo único que le dije a Dios que no me lleve en las fiestas para no arruinarles este momento tan lindo del año!

Nuestra querida Martita –como solíamos llamarla familiarmente- como un faro continuará enviando señales para quienes sepan descifrarlas y acogerlas, ella permanecerá en nuestra memoria como la discípula fiel de Jesucristo, enseñándonos a vivir sin cálculos y con desmesura. Tucumán sería más pobre sin la palabra y la acción de Marta Campi.

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