Del 10 al 13 de octubre se realizó, en Sucre, el VII Congreso Nacional Misionero en Bolivia. La hermana Marcela Soto Ahumada nos comparte sus reflexiones y los desafíos desde la mirada dominicana.
Parto de la alegría de haber participado en el Congreso Misionero de Cochabamba y ahora el Nacional, ambos con el mismo horizonte: el V Congreso Americano a realizarse en Santa Cruz de la Sierra el año 2018, comparto lo que recojo como posibilidad de hacer camino misionero y otras huellas que no hacen posible avanzar y salir de nuestros esquemas.
El Papa Francisco insiste reiteradamente en ser una Iglesia en salida…y no a cualquier parte, sino a las periferias. En la medida que fuimos profundizando algunos tópicos, tanto a través de las ponencias como en los diferentes talleres, se proclamaba El Evangelio es Alegría. ¡Anúncialo! o se cantaba el himno del congreso, además de las animaciones de los ministerios de música.
Alrededor de 1500 misioneros/as, entre ellos estábamos 5 hnas. dominicas, 2 laicas, 3 frailes. Una alegría encontrarnos presentes en esa fiesta misionera. Fuimos acogidos/as en casas de familia, en mi caso señoras creyentes con la sabiduría de la vida que fortalecían este impulso misionero.
Desde la familia comenzábamos el día compartiendo la mesa, para luego trasladarnos al lugar en donde la oración nos abría a la jornada, continuábamos con las ponencias, testimonios, trabajos grupales por jurisdicción, por la tarde los talleres y retornábamos a las parroquias que nos acogían. Por las noches, en el primer día se comenzó con la eucaristía en la Catedral, en el segundo día celebramos la eucaristía en la parroquia, en el tercer día disfrutamos de un acto cultural en el centro de eventos, en el cuarto día peregrinamos hacia la plaza principal para celebrar la eucaristía al aire libre.
El trabajo se realizó siguiendo el método de los dos simposios internacionales: exposición de los temas centrales con sucesivos trabajos y aportes de grupos: El evangelio, Buena Noticia de Cristo anunciado al mundo de hoy; La alegría del Resucitado y las Bienaventuranzas; La misión de la Iglesia y su responsabilidad profética en el mundo de hoy; Misión Ad Gentes, desafío hoy para la Iglesia. También se desarrollaron 17 foros temáticos que intentaron abarcar aspectos importantes y vitales en la vida y misión de la Iglesia, pero considero que faltaron espacios para responder a ese salir a las periferias, como los pueblos originarios, la diversidad cultural, la mujer, las nuevas tecnologías y medios de comunicación…
En el documento final se recogen aspectos conversados en los grupos en cuanto a la identidad y misión del discípulo: el discípulo es misionero; el discípulo misionero vive en comunidad; el discípulo misionero es testigo de la alegría del Cristo resucitado; el discípulo vive en estado de misión; el discípulo misionero es profeta.
También se observa en una Iglesia en conversión misionera, en donde se constata con tristeza y preocupación una Iglesia que va perdiendo su acción profética en el mundo de hoy, discípulos callados porque todavía hay poca conciencia de la misión profética de todo bautizado, el poco testimonio y la pasividad frente a los acontecimientos y a las nuevas leyes. Pero se reconocen algunos signos proféticos en la Iglesia, partiendo por el Papa Francisco, pronunciamiento de los Obispos de Bolivia ante situaciones que afectan a la sociedad boliviana, laicos/as comprometidos en lugares de vulnerabilidad. Se espera una Iglesia encarnada y de los pobres.
Hay mucho camino por recorrer porque una de las debilidades es la poca formación de algunos sacerdotes, de laicos que permita vivir desde el espíritu que animó el Concilio Vaticano II, la comodidad que nos inunda por estar traspasados por un mundo global, una economía neoliberal, el debilitamiento de las democracias y el miedo al compromiso social y político. Una Iglesia en salida significa encontrarnos con la vulnerabilidad, el dolor, las heridas, lo feo, lo despreciado.
El desafío que asumo, desde mi condición de misionera en Bolivia y desde un carisma, es aportar a la Iglesia desde el estudio y la formación constante, el hacer presente el Espíritu del Concilio Vaticano II, el cuidar de mantener la mente y el corazón abierto a los que puedan aportar los jóvenes, las mujeres, las culturas, los pueblos originarios a la construcción del Reino de Dios, en ese buen vivir anhelado y cultivando la esperanza que otro mundo es posible entre todos y todas, porque es capaz de cuidar la obra de Dios. (Por: Hna. Marcela Soto Ahumada DMSF).