Mujeres y arquitectura sacra. Las primeras se encuentran todavía al margen de ciertos ámbitos de la Iglesia; la segunda está en declive, mientras se asiste a una «deshumanización de los espacios urbanos». Son cuestiones que deben ser analizadas y lagunas que hay que llenar. Fue lo que dijo el Papa Francisco durante la ceremonia de hoy, en la Sala Clementina, en la que entregó el “Premio Ratzinger”, promovido por la Fundación vaticana Joseph Ratzinger – Benedicto XVI.
Entregando el galardón a la teóloga Marianne Schlosser (muy emocionada durante la ceremonia) y al arquitecto Mario Botta, el Papa Francisco aprovechó la ocasión para insistir en el deseo de que se reconozca «cada vez más la aportación femenina en el campo de la investigación teológica científica y de la enseñanza de la teología», normalmente considerados «territorios casi exclusivos del clero». También animó el compromiso del arquitecto que ha creado espacios sacros en las ciudades, «en particular cuando se corre el riesgo de olvidar la dimensión espiritual y la deshumanización de los espacios urbanos».
Pero antes, el Papa Bergoglio no olvidó dedicar un «afectuoso y grato recuerdo» a su predecesor Benedicto XVI, a quien está dedicado el galardón. «Como admiradores de su patrimonio cultural y espiritual –dijo–, ustedes han recibido la misión de cultivarlo y seguir haciéndolo fructificar, con ese espíritu fuertemente eclesial que ha distinguido a Joseph Ratzinger desde los tiempos de su fecunda actividad teológica juvenil, cuando ya dio frutos preciosos en el Concilio Vaticano II, y luego de manera cada vez más comprometedora en las sucesivas etapas de su larga vida de servicio, como profesor, arzobispo, jefe de Dicasterio y, finalmente, Pastor de la Iglesia universal».
El de Joseph Ratzinger, afirmó su sucesor, «es un espíritu mira con conciencia y valentía los problemas de nuestro tiempo y sabe extraer de la escucha de la Escritura en la tradición viva de la Iglesia la sabiduría necesaria para un diálogo constructivo con la cultura de hoy. En esta línea los animo a seguir estudiando sus escritos, pero también a abordar los nuevos temas sobre los que la fe está llamada al diálogo, como los que han evocado y que considero de gran actualidad, el cuidado de la creación como casa común y la defensa de la dignidad de la persona humana».
Después de los discursos del padre Federico Lombardi, ex vocero de la Santa Sede y actual presidente de la Fundación Ratzinger, y del cardenal Angelo Amato, prefecto emérito de la Congregación de las Causas de los Santos, el Papa Francisco reflexionó sobre los dos premiados en la edición de este año y expresó aprecio particularmente porque se haya atribuido a una mujer un premio sobre la investigación y la enseñanza de la teología, la profesora Schlosser.
«No es la primera vez -porque la profesora Anne-Marie Pelletier ya lo ha recibido-, pero es muy importante que se reconozca cada vez más la contribución de las mujeres en el campo de la investigación teológica científica y de la enseñanza de la teología, consideradas durante mucho tiempo territorios casi exclusivos del clero. Es necesario —insistió Francisco— que esta contribución sea estimulada y que encuentre un espacio más amplio, coherente con el crecimiento de la presencia femenina en los diferentes campos de responsabilidad de la vida de la Iglesia en particular, y no sólo en el campo cultural. Desde que Pablo VI proclamó a Teresa de Ávila y a Catalina de Siena doctoras de la Iglesia, no cabe duda de que las mujeres pueden alcanzar las cimas más altas en la inteligencia de la fe. Juan Pablo II y Benedicto XVI también lo han confirmado, incluyendo en la serie de doctores los nombres de otras mujeres, Santa Teresa de Lisieux y Hildegarda de Bingen».
Lo mismo vale para la arquitectura sacra, de la cual Botta es un ilustre exponente. «A lo largo de la historia de la Iglesia —explicó el Pontífice argentino—, los edificios sagrados han sido una llamada concreta a Dios y a las dimensiones del espíritu allí donde el anuncio cristiano se ha difundido en el mundo; han expresado la fe de la comunidad creyente, la han acogido y han contribuido a dar forma e inspiración a su oración. El compromiso del arquitecto que creó el espacio sagrado en la ciudad de los hombres es, por tanto, de altísimo valor y debe ser reconocido y animado por la Iglesia, en particular cuando se arriesga el olvido de la dimensión espiritual y la deshumanización de los espacios urbanos».
En el contexto de los grandes problemas de nuestra época, «la teología y el arte deben, pues, seguir siendo admiradas y elevadas por la potencia del Espíritu, fuente de fuerza, de alegría y de esperanza», recordó Francisco.
Al final de su discurso, el Papa volvió a recordar al Papa emérito y las palabras con las que «invitaba a la esperanza», evocando la enseñanza de San Buenaventura de Bagnoregio. En ocasión de una visita de 2009, en la patria del santo, Benedicto XVI citó una de sus bellas imágenes «de la esperanza», comparada con «el vuelo del ave, que despliega sus alas lo más ampliamente posible y para moverlas emplea todas sus fuerzas. En cierto sentido toda ella se hace movimiento para elevarse y volar. Esperar es volar, dice san Buenaventura. Pero la esperanza exige que todos nuestros miembros se pongan en movimiento y se proyecten hacia la verdadera altura de nuestro ser, hacia las promesas de Dios. Quien espera —afirma— “debe levantar la cabeza, dirigiendo a lo alto sus pensamientos, a la altura de nuestra existencia, o sea, hacia Dios”».
Por lo tanto, cómo no agradecer a los teólogos y a los arquitectos, pues, cada uno en sus disciplinas y con formas diferentes, afirmó el Papa, «nos ayudan a levantar la cabeza y dirigir nuestros pensamientos hacia Dios».
(Tomado de: lastampa.it)