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Nuestra respuesta en este tiempo

¿Cómo vas llevando la cuarentena? Es la pregunta que a menudo escuchamos y formulamos en este tiempo. Es infalible y dice ¡presente! en los mensajes y grupos de whatsApp, en las videoconferencias con nuestros familiares y amigos. Está al inicio de toda conversación. Por otro lado, es motivo también de algunas sobremesas, reuniones, oraciones personales y comunitarias. (Por P. Juan Pablo Roldán, CSsR. Equipo interdisciplinar de CONFAR (EIR))

Hay otra pregunta, más acuciante aún, y es: ¿cómo estoy respondiendo a la cuarentena, al «aislamiento social preventivo obligatorio»? ¿Y cómo lo estamos haciendo a nivel comunitario y como vida consagrada?

Dice el psiquiatra y médico vienés, el Dr. Viktor Frankl en su obra clásica «el hombre en busca de sentido»:

«Lo que se necesita urgentemente en tal situación es un cambio radical de nuestra actitud frente a la vida. Debemos aprender por nosotros mismos, y enseñar a los hombres desesperados, que en realidad no importa lo que esperamos de la vida, sino que importa lo que la vida espera de nosotros […] percatarnos de que es la vida la que nos plantea preguntas, cada día y a cada hora. Preguntas a las que no hemos de responder con reflexiones o palabras, sino con el valor de una conducta recta y adecuada. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la vida plantea, cumpliendo la obligación que nos asigna» (1).

La pandemia del coronavirus (Covid-19) nos sitúa, indiscutiblemente, frente a un nuevo paradigma, es decir, ante un nuevo escenario jamás pensado, inédito. Muchos hábitos y costumbres han cambiado y nos replantean nuevas actitudes.  No sabemos hasta cuándo durará esta emergencia sanitaria ni las consecuencias que a nivel mundial y nacional traerá. Pero sí nos percatamos de que este tiempo nos requiere despiertos, atentos y vigilantes, capaces de respuestas audaces, lúcidas, nuevas y evangélicas. Creemos, como sucedió en Caná de Galilea, que la fiesta va a continuar, porque el Señor no se retracta de su Alianza, porque la Resurrección aconteció y Jesús está vivo entre nosotros. De hecho, cuando Él se apareció a sus discípulos sólo les dijo: ¡La paz esté con ustedes! (Jn 20,19). Con este saludo, Jesús les comunicó su Espíritu, les infundió paz y los renovó en la esperanza.

Nosotros, como consagrados, queremos responder movidos por este mismo saludo. Su paz es el motor y el motivo de nuestra existencia. Por experiencia, sabemos que conforme a la respuesta que demos así será el sentido que vivamos y la alegría que transmitamos a los demás.

No tenemos otra opción que la de quedarnos en nuestras casas. No encerrados, ni mucho menos aislados. La OMS ha sugerido cambiar la expresión «aislamiento social» por «aislamiento físico». Esta idea, sin lugar a dudas, responde más a nuestra vocación y a nuestra razón de ser, ya que nos concebimos como seres sociales, en interacción y en vinculación permanente unos con otros. El sentido de nuestra consagración es para la comunión. ¿Cuánto nos afectan los infectados? ¿Cómo y de qué manera acompañamos a las personas desocupadas, sin salarios, aquellas que se encuentran desanimadas y desalentadas como fruto de esta situación?

La comunión que vivamos estos días con Jesús será la misma que nos permita vivir entre nosotros y con aquellos hermanos que, desde hace tiempo, vienen viviendo las consecuencias de una cuarentena ininterrumpida.

Este momento, nos revela a todos incertidumbres, nos enrostra inseguridades y nos crea muchas interferencias en la convivencia diaria. Necesitamos, hoy más que nunca, hacer palpable y creíble la comunión. «Ya es la hora» (como nos lo recuerda el lema de este trienio) de que humanicemos nuestros vínculos, pongamos sobre la mesa de nuestra cotidianidad platos sabrosos y sustanciosos como lo son la ternura, la escucha, la amabilidad, la espera, la paciencia y la ayuda mutua.

Estamos llamados a servir y a convidar del mejor vino; por eso, al igual que lo hicieron los sirvientes, queremos disponernos a escuchar de labios de María, lo que una vez más nos dice: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5).

¿Cuándo? Ahora. ¿Con qué? Con tiempo. ¿De qué manera? Con buenas decisiones, en el lugar donde estemos.

El siguiente texto, de autoría anónima, que ha circulado mucho por distintas redes sociales, nos puede iluminar en la concreción de sentido:

«HA MUERTO LA PRISA

Hoy no hay prisa para acostarse,

no hay prisa para levantarse,

no hay prisa para bañarse,

no hay prisa para vestirse,

no hay prisa para el café,

no hay prisa para el desayuno,

no hay prisa para llevar los niños a la escuela,

no hay prisa para cocinar, no hay prisa para comer.

El mundo frenó la prisa.

Íbamos muy rápidos, muy veloces,

muy acelerados, queriendo ganarle al tiempo;

nos faltaba tiempo  para completar lo que habíamos planificado.

Hoy, tenemos mucho tiempo para reflexionar y no olvidar nunca que:

«La calma y la fortaleza todo lo alcanzan».

Ha muerto la prisa y ha renacido el tiempo».

Por último, no confinemos el tiempo, honrémoslo con nuestra presencia, momento a momento. Oídos y corazón de discípulos, son lo único que necesitamos para recuperar, renovar y resignificar el sentido de nuestra vocación hoy.

 

(1) VIKTOR FRANKL, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 32016, p. 106.

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