«Queridos Hermanos de nuestra Orden: Nosotras las monjas contemplativas del Monasterio de Santa Catalina de Arequipa-Perú, les hacemos llegar nuestros saludos fraternos, además de querer solidarizarnos por medio de esta carta, con todos los miembros de nuestra Orden que debido a la inesperada Pandemia que ha golpeado a la humanidad, se han visto afectados tanto física, material y espiritualmente.
Los últimos meses, hemos sido testigos de cómo el Covid-19, ha cambiado la vida de muchas personas, instituciones, ciudades, e incluso países enteros; nuestra sociedad actual se iba preparando para múltiples amenazas, de tipo bélico, político, ideológico, tecnológico, etc. , pero para lo que no estaba preparada era precisamente para enfrentar una Pandemia de tipo mundial; todos nos hemos quedado impactados de cómo algo tan pequeño, como es un virus microscópico, ha podido sacudirnos, y tener impacto en nuestras vidas, afectándonos de manera masiva, hasta el punto de vaciar nuestras calles de habitantes, y detener las actividades cotidianas, dejando en ejercicio solo aquellas funciones estrictamente básicas y esenciales.
Toda esta realidad ha tenido sus consecuencias inevitables, en las actividades que como dominicos y dominicas realizábamos, cada uno desde su misión y vocación. A nuestro monasterio llegaban noticias, sobre cómo muchos sacerdotes se las ingeniaban para seguir ejerciendo su pastoral, la cual se ha difundido sobre todo por medio de las redes sociales y demás medios virtuales. A pesar de las precauciones que nuestras casas dominicanas tomaron, para evitar el contagio, y al mismo tiempo atender las necesidades de nuestros conventos y la asistencia espiritual a los fieles, a pesar de todas estas medidas, el Coronavirus ingresó en nuestras vidas, causando el contagio de muchos de nuestros hermanos, siendo necesario aislarlos en sus celdas, restringiendo sus funciones, y hasta su contacto fraterno con la comunidad. Lo más lamentable que nos ha ocurrido ha sido el fallecimiento de algunos miembros valiosos de nuestras comunidades.
Todo este tiempo en nuestro Monasterio hemos recibido pedidos de oración de dominicos no solo de Perú, sino también de Ecuador, Colombia, Brasil, e incluso Estados Unidos, debido a su contagio inesperado. Ante esta realidad que no solo afectaba a la humanidad, sino también a nuestro hermanos y hermanas de la Orden, es decir aquellos miembros de nuestra familia religiosa tan querida, nosotras no podíamos quedarnos sin hacer nada y dejar que las cosas sigan sucediendo; la vocación de una monja contemplativa es orar por la salvación de las almas, ofreciendo todo lo que conlleva nuestra vida oculta ante los hombres, pero muy evidente ante los ojos de Dios, de modo que todo este tiempo hemos redoblado nuestros esfuerzos y nuestro amor por ustedes, reflejado especialmente en las jornadas de oración intensas que hemos ido realizando en el Monasterio, cadenas de Rosarios, Turnos de Adoración ante el Santísimo Expuesto, ayunos, y toda clase de plegarias que la Santa Madre Iglesia pone a disposición de la sencilla devoción de los fieles. Conocemos que otros tantos Monasterios por su parte, también han hecho lo suyo. Es decir que, desde nuestro lugar en la Orden, y como dice la Sagrada Escritura, hemos ido ofreciendo una imparable humareda de incienso que se eleva al Cielo (cf. Ap. 8,4), como un grito de auxilio y misericordia al Señor, para que en medio de esta gran prueba que nos ha tocado vivir, podamos responder con fortaleza, serenidad, y confianza, una confianza de saber que aunque parece que el Señor está dormido, y la barca está siendo azotada por la tormenta, sabemos que si él está con nosotros, nada debemos temer, pues “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio.» (Rom. 8-28).
Es común hoy en día, escuchar a todos los gobiernos, instituciones, e incluso ciudadanos en general, dar un mensaje de felicitación a todos los médicos, y miembros del personal de salud, así como policial, que han sido los que han estado luchando en esta guerra día y noche, exponiendo sus propias vidas, y sobreponiéndose a cada situación difícil que les ha surgido al paso. Nosotras, por medio de esta carta, también queremos felicitar a todos los dominicos y dominicas que, a pesar de exponer su propia salud, no dudaron en proteger a sus demás hermanos de comunidad, en procurarles todo lo que necesitaban, especialmente a aquellos miembros que estaban dentro del cuadro de riesgo de contagio de la población, ya sea por su edad, o por alguna enfermedad paralela que los hacía aún más propensos, pues el aislamiento, hizo que el personal que nos ayudaba dentro de nuestras casas dominicanas, ya sean, los encargados de la comida, de la limpieza, los encargados de algunas áreas de atención a los fieles, etc. tuvieran que retirarse y dejar sus oficios, para que ellos mismos puedan protegerse y proteger a sus familias, todo ello aumentó nuestros trabajos, y de pronto nos vimos realizando labores domésticas que tal vez, hace mucho tiempo no las hacíamos, algo inevitable pero necesario. Siendo así, el contagio era algo latente, sobre todo al tener que salir para realizar actividades básicas que ya nadie podía hacer por nosotros. En cada comunidad hemos tenido hermanos y hermanas que hicieron gala de su entrega, generosidad, e incluso responsabilidad fraterna, ya que en la medida en la que uno mismo se ofrecía a colaborar en lo que podía, al mismo tiempo contribuía con la protección de la comunidad en sí. Uno de estos ejemplos que hemos palpado muy de cerca, es la de nuestro querido hermano Fray Carlos Terán, prior del convento de San Pablo en Arequipa, pues siendo solamente 6 hermanos, y contando dentro de ellos con dos que superaban los 70 años, y otros dos frailes que ya tenían enfermedades de cuidado, fray Carlos tuvo que hacerse cargo de muchas actividades dentro del monasterio, en compañía de otro hermano que también le colaboraba. Ellos tomaron medidas estrictas para evitar el contagio, como un acuerdo comunitario, y he aquí una anécdota que les compartimos: nosotras nos encontrábamos recabando información en diferentes bibliotecas de nuestra ciudad, ya que uno de nuestros proyectos este año, era escribir y publicar un libro histórico sobre la vida de la Beata Ana de los Angeles (1602), monja célebre de nuestro Monasterio, y le habíamos solicitado al padre prior, nos conceda un acceso a los libros de su antigua biblioteca; ya teníamos destinada a la persona de confianza y a una de nuestras hermanas para poder ir hacer esa investigación, obviamente tomando todas las precauciones necesarias. Algunas bibliotecas de nuestra ciudad nos lo hubieran permitido, como un favor muy especial, y tratándose de un trabajo importante venido de uno de los monasterios más históricos de la zona. Fray Carlos respondió a nuestro pedido, diciendo que, si hubieran sido otras las circunstancias, nos hubiera dado el acceso, pero que, en su comunidad, ya se había acordado que no dejarían entrar a ninguna persona externa, para evitar el riesgo de contagio, incluso si se trataba de una monja, pues él ante todo quería respetar el acuerdo comunitario que los padres ya habían tenido. Pues bien, nosotras ya no insistimos, comprendiendo la situación, y nos dimos cuenta del especial cuidado que ellos ponían, ya que no tomaban las cosas a la ligera, incluso mucho más que nosotras en el monasterio.
Al pasar los días, nos llegó la noticia del fallecimiento repentino de uno de los padres dominicos, Fray Héctor Herrera, que estaba desempeñando el oficio de Director de Radio San Martin, y que dos padres más de esa comunidad habían sido internados; entonces nos dimos cuenta que el Covid, los había invadido, pese a todas las medidas que ellos tomaron. Como es normal en estos casos, el padre prior se preocupó por cada uno de los miembros de su comunidad, incluso exponiendo su propia salud. Les procuró todo lo que podían necesitar. Han pasado ya algunos días, y ayer publicaron la noticia del fallecimiento de otro de los hermanos que había estado ya internado. Todo esto nos hizo reflexionar, en el gran peso que lleva el prior o priora de cada una de nuestras comunidades, y la gran responsabilidad que tenemos de apoyarlos, así como de colaborar con la salud y protección de nuestros hermanos.
Por esta razón, hemos querido escribir esta carta abierta a toda la familia dominicana, haciéndoles llegar nuestras condolencias sobre todo a las comunidades que se vieron afectadas por la Pandemia, especialmente a aquellos que han perdido un hermano, o hermana en sus comunidades, así mismo a sus familiares.
Esta lucha aún no ha terminado, pero sabemos que, si colaboramos por mantenernos unidos, por encima de todas las circunstancias adversas, sin tratar de buscar incluso a los culpables o responsables de alguna situación agravante, Dios y nuestro Padre Santo Domingo, nos ayudará a superarlo todo, el Señor nos ayudará a rescatar lo que hemos aprendido en este tiempo, aquellas perlas de sabiduría, que nos pueden hacer mejores personas y por ende mejores dominicos; no obstante, como dijo algún sacerdote, ¡buenas y mejores personas, sí las hay, y hay muchas, lo que debemos aspirar es a ser santos, en medio de este mundo tan desconcertante!.
Los tiempos de mayor sufrimiento, han sido los tiempos en los que Dios ha regalado las más grandes gracias a la humanidad, y nosotros como dominicos, tenemos que encontrar, vivir y comunicar esas gracias espirituales a todas las almas. Desde nuestro lugar, y muy a pesar de la Pandemia, tenemos que seguir siendo luz y sal de la tierra, pues si la luz deja de alumbrar y la sal se vuelve sosa, entonces, ¿qué será de los pecadores?, ¿qué será de los enfermos, de los confundidos, de los angustiados, de los necesitados?.
Gracias queridos hermanos, por leer esta carta y por dejarnos compartir con ustedes nuestras reflexiones y sentimientos, nuestras experiencias que, en este tiempo, han sido fruto de nuestras oraciones por ustedes, los llevamos siempre en el corazón, un corazón que late de amor muy fuerte por la Iglesia, y dentro de ella por nuestra querida Orden Dominicana».
Fraternalmente en Santo Domingo,
Monjas dominicas del Monasterio de Santa Catalina
Arequipa-Perú
16 de setiembre, 2020