Brasil, 28 de febrero de 2025
Apreciadas Hermanas:
Como José, María y Jesús que viven la experiencia de tener que huir y vivir el exilio en Egipto como lo relata Mateo 2,13 ss, hoy son los llamados desplazados, migrantes, refugiados.
Cuando nos acercamos a este tiempo renovador, de detenernos a escuchar, ver, sentir, es un tiempo para recordarnos que todos somos hermanos/as que habitamos una misma tierra, pero hoy necesitamos agudizar el oído para escuchar el clamor de los pobres y de la tierra… esos pobres en nuestra realidad latina y centroamericana tienen el rostro de millones de migrantes que sufren. Por un lado, desde su propio pueblo que no les ofrece una vida digna, segura y sustentable. Y por otro lado países como EE. UU. que cierran fronteras, endurecen y expulsan a los migrantes de manera no humana y ni fraterna.
Y surgen inquietudes como Dominicas ¿qué hacer? ¿qué actitudes cultivar en nuestras pastorales o misión? ¿cómo acompañar estas realidades: en salida, en fronteras y en la llegada? ¿cómo visibilizar y denunciar a aquellos que se aprovechan y negocian con la vida de los migrantes: traficantes, trata, prostitución, crimen organizado, etc.?
Son tiempos muy difíciles para nuestros pueblos en lo político, en lo económico y en lo social, reproduciéndose una escalada de violencia y del crimen organizado, huyendo y cayendo en lo mismo.
Acojamos la invitación de Mons. Lizardo Estrada – Secretario del CELAM a «asumir al migrante como lugar teológico donde nos encontramos con Jesús resucitado, que se acerca y camina con nosotros, como con los discípulos de Emaús».
Acojamos los cuatro verbos que deben cimentar la acción humanitaria de la Iglesia y los Estados: acoger, proteger, promover e integrar, lo que debe entenderse como una dimensión constitutiva de la acción evangelizadora de la Iglesia.
Acojamos este desafío como Hermanas Dominicas en América Latina, el Caribe y en el mundo.
Hna. Aparecida de Souza Lopes
Promotora de JPIC